Día de S. José


Hoy la Iglesia celebra el día de S. José. Y en nuestro Monasterio también es día grande, pues, incluso, llevamos su nombre en el nuestro: Santo Desierto de San José de las Batuecas.

Él es un icono privilegiado de acceso a lo sagrado, una ventana a lo divino, modelo en el día a día para nuestras vidas en el valle.

Hoy es un día grande para nuestro Monasterio. Esperamos que vosotros también lo disfrutéis intensamente.

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3 comentarios sobre “Día de S. José

  1. GLORIFICACION DE SAN JOSÉ

    Síguele la dichosa compañía.
    Llevando siempre a su dichoso lado
    Al Virginal Esposo de María.
    Su dulce Padre, y su mayor privado
    Joseph, gozando el siempre eterno día,
    Entra en el Reino de su Dios amado,
    y en tantas glorias como goza, calma,
    Glorioso el cuerpo,
    Y mas gloriosa el alma
    Gózase el Padre Eterno Soberano.
    Con el que solamente ha merecido
    Nombre de Padre del Divino Humano
    y abraza al que fielmente le ha servido!
    Dale la diestra Poderosa mano,
    El Paracleto Amor a su escogido
    por Esposo de aquella,
    que es su Esposa,
    despues de Dios la cosa más hermosa.
    Coronan su santísima cabeza.

    Del bello sol con rayos imortales
    premiando dignamente la puerza,
    que admiró a las escuadras celestiales,
    El Hijo, que en él muestra su grandeza
    le toma por las manos virginales,
    y él asentado al lado de su Padre,
    sienta al suyo al Esposo de su Madre.
    Dejó un asiento de oro macizado,
    de luceros, y de soles guarnecido,
    en medio de él, y su Joseph amado,
    para la que le tuvo por marido:
    Christo al lado del Padre está sentado,
    y al de Christo la Madre,
    que ha escogido,
    Joseph de Maria venturoso,
    por Padre de su Hijo, y de ella Esposo.

    (Jose de valdivieso, vida, excelencias y muerte del Glorioso Patriarca y esposo de Nuestra Señora, San Jose, poema 1604)

    QUIERO UNIRME A LA CELBRACION DE ESTE GRAN SANTO, TAN AMADO POR NUESTRA MADRE TERESA Y POR LOS CARMELITAS, UN FELIZ DIA A TODOS LOS QUE HACER PARTE DE LA COMUNIDAD DEL SANTO DESIERTO DE SAN JOSÉ DE LAS BATUECAS. QUE SAN JOSÉ MAESTRO DEL SILENCIO Y LA CONTEMPLACION LOS ACOMPAÑE EN ESTE CAMINAR Y EN SUS ACTIVIDADES DIRIAS. FELIZ DIA

    » Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no le vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan» (S. Teresa de Jesús. Vida 6,7)

  2. El comentario del hermano Jorge Martínez, tan hermoso, me anima a compartir algo sobre San José que he ido como vislumbrando en estos días. José de Nazaret es uno de los santos más bellos, pero sabemos muy poco de su vida. En realidad, de su vida no sabemos nada. Todos sus gestos y acciones nos hablan no de sí mismo, sino de otro. Casi desaparece para dejanos ver la obra misteriosa de Dios. Creo que la desproporción entre la grandeza de la misión encomendada a San José en la historia de la salvación y la pobreza de los datos que nos lo dan a conocer debe sorprendernos como un profundo misterio. Sin embargo, lo poco que nos cuentan los evangelistas San Mateo y San Lucas, en aquellos textos estilizados y llenos de simbolismos de la infancia, pone de relieve una personalidad de rasgos profundos muy bien definidos. Es justo; conoce y obedece la ley mosaica. Pero al cumplirla no es legalista, sino que se inclina por la misericordia. Por eso decide no exponer públicamente a su desposada ante aquella evidencia de su preñez. Es prudente. Vive una fe profunda. El mensaje de Dios no le llega de forma tangible como al anciano padre de Juan Bautista en el templo, o como a la misma María. A él Dios le habla en la sutileza de los sueños, como a aquel otro José del Génesis. Aunque su anunciación sea tan leve, su corazón sabe obedecer al misterio con prontitud y con firmeza, lo cual contrasta con la tozudez de Zacarías. Su prudencia también cede cuando debe ceder y da lugar a la osadía de la confianza. Escucha la voz y se pone en marcha. Así parte con su familia a Egipto, sin saber bien hacia dónde lo llevará su vocación después, lo cual nos recuerda también a la fe oscura del peregrino Abrahán. La irrupción tan grande de lo sobrenatural en su casa no le distingue particularmente en lo natural. No toma prevendas. Sigue con fidelidad las observancias de su religión. Su piedad le lleva a Jerusalén periódicamente, pero su ámbito es el de una aldea sencilla en Galilea, Nazaret. De ese pueblo alguien diría después que nada bueno podría salir. De esto se sigue que José es humilde, aunque casi nos quede chica la palabra. Se le ha dado la misión de ser un poco menos que padre de Dios, pero lleva sobre sí esta vocación tremenda y esta dignidad sin dejar de ser un hombre muy sencillo del pueblo. Todo en José es esa disparidad entre lo más humilde y lo más glorioso: Dios y un pesebre, pastores y sabios orientales, animales de establo y legiones de ángeles cantando. Vive la lógica incomprensible de la encarnación. Este equilibrio entre el orden natural y el sobrenatural descubren una gran pureza de espíritu. Su ser individual, su “ego,” se oculta hasta casi desaparecer frente a la obra de la salvación. Se hace claro como un cristal que de tan limpio no se ve, y transparenta el misterio de Dios. Se trata de aquella pureza que explica San Juan de la Cruz, a la manera de un rayo de luz sin partículas de polvo, invisible. Pureza como de luz sin polvo. Si bien la vocación de San José, casi tan singular como la de la Madre de Dios, es en su núcleo inimitable, algunos de esos rasgos caraterísticos suyos nos hacen pensar que resulta un modelo ideal para la vida contemplativa carmelitana. Casi todos los textos que tengo en mente para listar los valores que hacen el carácter de San José se refieren a los hitos extraordinarios de su vida. Allí lo vemos entre ángeles y viajeros sabios de oriente, en el templo magnífico de Jerusalén y hasta en el legendario Egipto. Sin embargo, su realidad personal se enmarca sobretodo en lo que apenas evocan los evangelistas, el silencio y los días sin acontecimientos memorables, lo cotidiano. Lc: 2, 39b-40 evoca este ámbito sin mencionar por separado a San José: “… volvieron a Galilea, a su ciudad Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.” Un poco más abajo el ciclo josefino cierra con un pasaje muy similar: “[Jesús] Bajó con ellos [María y José] y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombre.” (Lc: 2, 51-53) Más antiguo que la nación de Israel, “José” es un nombre muy común aún en nuestros días. Lo era también para los judíos entre las dos eras. Como su localidad y su oficio, es un nombre apropiado para el anonimato y el ocultamiento con que el santo vivirá su vocación. Los vecinos de Nazaret conocían al esposo de María como José ben Jacob (el sobrenombre también era ordinario) o sencillamente José el carpintero. En su pueblo, vive alejado de los centros de influencia de la sociedad, y no obstante, por su cercanía a Dios, está vinculado como pocas personas a la historia y a la salvación de la humanidad. San José es sobretodo el gran modelo del varón silencioso, y por ende muy valioso para la espiritualidad del Carmelo. De María la Virgen nos han quedado algunas palabras, muy pocas, pero bellas y llenas de significado, capaces de evocarnos el misterio de su vida y vocación. También oímos las voces de personas algo más distantes de la vida del jóven salvador, como el sacerdote Zacarías, su esposa Isabel, y los piadosos del templo en la presentación, Ana la profetisa y el anciano Simeón. Seguimos recitando todos los días esos poemas proféticos de la infancia de Jesús: Benedictus, Magnificat, Nunc Dimittis. Mas de San José no nos ha quedado ni una sola palabra, sino un persistente silencio.

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