Entramos en la gran fiesta de la Pascua. Es el “paso” de una vida a otra. Israel está en Egipto, pero sabe, después de cuatrocientos años, que son sus últimos momentos. Han sido siglos de una expectativa contenida. Ahora están preparados para iniciar el camino incierto del desierto. El pueblo ha sido avisado del paso del Ángel por aquella tierra. Es de noche y todos han preparado el cordero. Es en familia donde se vive la experiencia, es el pueblo unido el que se abre a la nueva vida.
Este paso es como un parto; también en él hay gritos de dolor. Se oye el llanto por la muerte de los primogénitos, y el valido de los corderos que se sacrifican. El último de ellos es en el Calvario, muchos siglos después, pero ese es el definitivo. Ahora nos toca a ti y a mí.
Efectivamente, la Pascua no sólo es una fiesta litúrgica. Es bonita la noche con el cirio y las velas encendidas. Es el símbolo de que las tinieblas son vencidas por una pequeña e insignificante llama. Pero la liturgia sólo tiene un contenido cuando al mismo tiempo se convierte en una invitación aceptada. Ahora yo he de ser el cordero degollado. Sí, ya sé, Cristo se ha entregado, ha muerto por nosotros y nos ha rescatado. ¿Pero qué significado puede tener eso si yo no me sacrifico?, pues yo he de completar en mi carne lo que falta a su Pasión.
Hay una luz que ha de manifestarse, que no puede permanecer escondida debajo de la cama. La llevamos en nosotros, que somos vasijas de barro. La única manera de que luzca es que la vasija se rompa. Y ésta es la Pascua. De nuevo el paso supone un grito de dolor. La luz se manifiesta, pero sólo cuando la vasija se rompe. Es cierto, nos pasamos la vida cuidando la vasija, puliéndola, pintándola. Pero su verdadero destino es que se rompa. La Pascua es algo grande para nosotros cuando descubrimos esa luz que nunca falta del alma (San Juan de la Cruz), cuando es la luz y no la vasija la que se vuelve importante.
La resurrección de Cristo nos habla de esa luz que somos nosotros. Hemos sido destinados a ser, como Él, luz. Su Pascua sólo es nuestra Pascua cuando, como Él, nosotros nos rompemos. Éste es el misterio de la muerte y de la vida. No que después de la muerte haya vida, sino que en la misma muerte se manifiesta la vida.
La Pascua no se refiere sólo al mañana, cuando hayamos de morir. La Pascua es hoy, es ahora: En este sufrimiento, en esta derrota, en esta enfermedad, en este fracaso, en esta vergüenza. La luz siempre se manifiesta cuando se nos rompe el alma.
Aleluya, Cristo ha resucitado, resucitemos con Él, aleluya, aleluya. Amén.
Trato de ligar la reflexión sobre este texto con una pregunta que plantearon hace unos días: ¿Qué es el recogimiento?. Puede que recogimiento sea ponerse a mirar dentro de esa «vasija» y ver la luz que hay en ella: contemplarla, mantenerla, cuidarla… La muerte de Jesús hizo que todas las vasijas se cerrasen, que las luces casi se apagasen. Después, junto al sepulcro, primero la madre, luego las mujeres más cercanas,Juan, los discípulos… fueron llegando, empezaron a abrir las vasijas, a dejar que la luz débil iluminase a los otros y a confirmar que el camino mostrado era el bueno. Eso es la Resurrección?
Chispas de Luz Divina en el interior de cada ser, de la naturaleza, del cosmos. El Viviente nos comunica Vida, y en abundancia. Cada momento es Luz Pascual, Blanca Música. ¡Aleluya!
La Hna Cristina Kaufmann, carmelita, en este breve extracto del documental Re-crear soledades, trasluce el Amor de Dios.Luz Pascual. Resurrección del Hijo. Dios es Amor.
¡ Resucitó, aleluya!