Diversidad de metáforas monacales (I)


(El autor de este trabajo es Juan Yennis, carmelita de alma. Vive en San Antonio, Texas. Su inquietud por la espiritualidad del Carmelo y por el tema del Desierto carmelitano le han llevado a reflexionar sobre estos temas)

Diversidad de metáforas monacales (I)

I. Introducción

En su larga trayectoria, la tradición monástica cristiana ha recurrido a diversas metáforas para expresar sus rasgos fundamentales. Estas figuras densas de significados se adecuan mejor para ello que las fórmulas conceptuales de la teología más racionalista y las tipologías jurídicas del derecho canónico. La reflexión que sigue será muy libre, personal; no me propongo probar nada y por tanto no uso referencias y datos muy específicos. Sólo pretendo sugerir un posible camino interpretativo. Aunque a veces pueda sonar muy seguro de lo que digo, mis afirmaciones más rotundas son sólo intuiciones que se me dan “desde lejos” y que estimulan mi propio discernimiento vocacional. Sencillamente trato de adentrarme en el hecho de la diversidad de estilos monacales prestando atención a las distintas metáforas seminales que se encarnan en unas y otras escuelas de espiritualidad. Creo que ciertas formas de lo poético ayudan a que nos acerquemos a todo lo que por su profundidad existencial se nos da a vivir como misterio. En este texto, primero expondré algo sobre las figuras literarias que operan en la articulación de diversas espiritualidades y sus posibles correspondencias con cuestiones de sicología espiritual; luego me detendré un poco más en la metáfora nupcial del Cantar de los cantares, por su importancia en el Carmelo y en la historia del misticismo cristiano; terminaré con las expresiones metafóricas del desierto carmelitano.

Pero antes de pasar al tema central, aclaro el sentido específico en que uso el término “misterio” aquí. Como propondría Gabriel Marcel, el saber se ocupa tanto de problemas como de misterios. Los primeros dependen de argumentos y juicios, los cuales pueden terminar en soluciones unívocas o en no soluciones. Las problemáticas, filosóficas o de otro tipo, corresponden a un mundo objetivo, de reglas precisas, y caen bajo lo que se puede conocer por proposiciones. El misterio, en cambio, me implica a mí mismo en las dimensiones más radicales de mi existir: vida, muerte, pecado, sufrimiento, soledad, amor; por lo tanto, no puedo situarme frente a él como si fuera un objeto ajeno, como si no me implicara. De ahí que “misterio” en esta acepción no sea sinónimo ni de acertijo ni de noción esotérica. Lo mistérico se nos presenta ya en lo más inmediato y en lo más cotidiano. Por ejemplo, cuando hablamos de la realidad de la maternidad podemos hablar también del misterio de la maternidad, no como de algo raro y oculto, sino como de algo cercano cuyo significado profundo se adentra en un horizonte que en cierto sentido trasciende lo tangible e inmediato. Hablamos aquí de lo concreto-mistérico. No nos acercamos al sentido del misterio por un gran esfuerzo del pensamiento. No nos situamos frente a él de acuerdo a la forma sujeto-objeto. El misterio se nos da como sabiduría en la medida en que nos damos a él. Comprenderlo y vivirlo son la misma cosa.

El significado de la vida monástica se ha de abordar no como problema, sino como misterio. Parto de la suposición de que esta densidad mistérica se da no sólo para quienes por sus presupuestos sobre la realidad no pueden comprender el sentido y el valor propio del monacato, sino sobre todo para el monje y la monja como sujetos de esta vocación. Hay cierta connaturalidad entre el misterio y lo poético que no se da entre el misterio y la lógica.

Corolario: el sentido profundo de lo monástico puede ganar mejor inteligibilidad desde una metáfora que desde un argumento. Entiendo que la identidad monástica no cristaliza como algo objetivo de una vez y por todas después de un período de discernimiento delimitado. Dicho de otra manera “su esencia no precede a su existencia” pues subsiste en lo vital, que es siempre único y accidentado por lo particular. El monje, más que entender de golpe su identidad singular ¿no la va gradualmente vislumbrando, oscuramente, sobre el horizonte hacia donde camina? Si es así, las metáforas de identidad pueden entenderse como símbolos orientadores, análogos a los signos que sirven al peregrino para mantenerle sobre el camino que lleva a su destino. Y para decir esto ya hemos debido recurrir a varias metáforas.

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