Dice san Juan de la Cruz que “de gozarse en olores suaves le nace asco de los pobres, que es contra la doctrina de Cristo, enemistad a la servidumbre, poco rendimiento de corazón en las cosas humildes e insensibilidad espiritual, por lo menos según la proporción de su apetito” (3S 25,4)
Cuando uno se encuentra al lado de algún mendigo, de los muchos que pululan hoy por nuestras calles puede experimentar esto que dice el Santo, y que el tanto había vivido cuando ayudaba a curar a enfermos contagiosos en Medina.
Hay una espiritualidad refinada que habla mucho de un amor abstracto; de esas personas que creen que aman a Dios porque no aman a nadie. Que aman a Dios pero sienten asco de los pobres, que les gustan las buenas mesas, la educación refinada y los buenos modos. Son esas personas que se emocionan cuando leen el relato de la Transfiguración, pero se quedan como están cuando leen que Jesús se hacía acompañar por los cobradores de impuestos, las prostitutas, los pecadores y los publicanos, la gente peor vista de su sociedad.
Pero todavía hay otra forma “de gozarse en los olores suaves”, que son esos espirituales que no soportan el pecado del otro, que prefiere estar entre los que piensan como él y buscar su compañía, que no soportan que otros interrumpan su silencio porque interrumpen su oración. Esos que sólo ven pecados hasta en las virtudes del otro y hasta parece que se duelan que otros tengan virtudes. Esos que están siempre buscando herejías y heterodoxias, y parece que son los únicos depositarios de la verdad de Dios. Estos tampoco soportan los malos olores que dice el Santo
Por eso el santo no deja de advertirnos que de todo esto “nace la ira, la discordia y falta de caridad con los prójimos y pobres, como tuvo con Lázaro aquel Epulón que comía cada día espléndidamente” (3S 25,5) Y al contrario, quien tiene limpio el corazón “en todas las cosas halla noticia de Dios gozosa y gustosa, casta, pura, espiritual, alegre y amorosa” (3S 26, 6)