1 de OCTUBRE: SANTA TERESITA

(…) Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que piensas. Él se conforma con una mirada, con un suspiro de amor… Y creo que la perfección es algo muy fácil de practicar, pues he comprendido que lo único que hay que hacer es ganar a Jesús por el corazón. Fíjate en un niñito que acaba de disgustar a su madre montando en cólera o desobedeciéndola: si se mete en un rincón con aire enfurruñado o grita por miedo a ser castigado, lo más seguro es que su mamá no le perdonará su falta; pero si va a tenderle sus bracitos sonriendo y diciéndole: “Dame un beso, no lo volveré a hacer, ¿no le estrechará su madre tiernamente contra su corazón, y olvidará sus travesuras infantiles? Sin embargo, ella sabe muy bien que su pequeño volverá a las andadas en la primera ocasión; pero no importa: si vuelve a ganarla otra vez por el corazón nunca será castigado…

 

Ya en tiempos de la ley del temor, antes de la venida de Nuestro Señor, decía el profeta Isaías, hablando en nombre del rey del Cielo: “¿Podrá una madre olvidarse de su hijo? Pues aunque ella se olvide de su hijo, yo no os olvidaré jamás” ¡Qué encantadora promesa! Y, nosotras, que vivimos en la ley del amor, ¿no vamos a aprovecharnos de los amorosos anticipos que nos da nuestro Esposo? ¡Cómo vamos a temer a quien se deja prender en uno de los cabellos que vuelan sobre nuestro cuello! (Ct 4,9)

 

Sepamos pues hacer prisionero a este Dios que se hace mendigo de nuestro amor. Al decirnos que un solo cabello puede obrar este prodigio, nos está mostrando que los más pequeños actos, hechos por amor, cautivan su corazón. Si hubiera que hacer grandes cosas, ¡cuán dignos de lástima seríamos! ¡Pero qué dichosas somos ya que Jesús se deja prendar por las más pequeñas!

 

Carta 191 a Leonia

VIDEO DE BATUECAS

Ofrecemos a continuación el enlace del video que hemos elaborado para colgar en youtube.

El ermitaño no es un hombre ajeno a la realidad en la que vive, sino que la conoce y la ama. Sus renuncias no son fruto del desconocimiento o de la negación del bien que en la realidad se encuentra, sino de haber encontrado ese tesoro escondido que es la contemplación, y por la que vale la pena dejar tantas cosas en sí buenas y útiles.

Por eso desde el Desierto de Batuecas, sus ermitaños quieren saltar a la red como un medio de estar en contacto y comunión con sus hermanos los hombres

DIARIO DE BATUECAS

En el archivo del Desierto de Batuecas encontramos un diario en el que se van recogiendo noticias, actos cotidianos de la vida del Desierto, visitas destacadas a este lugar, poesías, etc. Este libro es un auténtico tesoro con el que podemos reconstruir la historia de este lugar durante la primera mitad del s. XX ya que se inicia en 1916 y concluye en 1953.

En la primera página encontramos el título: “Diario de las personas que han visitado este Sto Desierto de S. José de las Batuecas y otras cosas que merecen especial mención”.

Lo más interesante son las crónicas que podemos dividir en tres grandes bloques:

1915-1918: durante estos años se intenta recuperar el Desierto de Batuecas pero este proyecto no llega a lograrse.

1937-1939 y 1944: son las páginas más completas. En estos años Santa Maravillas de Jesús recupera el Desierto de Batuecas estableciendo aquí una comunidad de monjas que es atendida por el P. Florencio del Niño Jesús que redacta con su elegante pluma las páginas de este diario. Las carmelitas descalzas permanecen en este lugar hasta 1950. En este año dejan Batuecas para irse a la cercana fundación de Cabrera porque los frailes vuelven al Desierto. El P. Florencio sale de aquí en 1939. Desde este momento se dejan de relatar los sucesos de la vida cotidiana en Batuecas hasta que en 1944 se retoma, pero solamente podemos leer los actos que celebraron con motivo de la fiesta de la Virgen del Carmen de este año.

1950-1953: en 1950 se narra con detalle la restauración de la vida eremítica en el Desierto de Batuecas por parte de los carmelitas descalzos de la provincia de Castilla.

En 1953 se reinicia de nuevo para relatar los sucesos ocurridos desde 1950 pero ya no se continuará.

En la parte final encontramos una especie de apéndice con notas curiosas sobre el Desierto de Batuecas entre las que podemos encontrar la visita de su Majestad Juan Carlos I, Rey de España.

Poco a poco iremos presentando algunas de estas relaciones para que podamos conocer en profundidad cómo era la vida del Desierto de Batuecas durante la primera mitad del s. XX. Es un testimonio que no podemos dejar en el olvido porque forma parte de la rica historia del Carmelo Descalzo en la que este Desierto juega un papel muy importante.

 Fray Rafael Pascual Elias OCD

LOS SANTOS AYUNOS



Guardad ayuno todos los días, menos los domingos, desde la fiesta de la exaltación de la Santa CRuz hasta el día de la Resurrección del Señor, a no ser que la enfermedad o debilidad física u otra causa razonable aconseje su dispensa, pues la necesidad no está sujeta a ley (Regla 14)

Con la fiesta de la exaltación de la santa Cruz comienzan en el santo Desierto los santos ayunos. Es la gran cuaresma monástica que va desde este día hasta la celebración de la Pascua. Es un tiempo de mayor recogimiento, porque la oración exige la purificación profunda del corazón y del alma, para que la unión con Dios no se ponga en algún “gusto o sentimiento sensible”, ni en suavidad espiritual, sino en pureza de fe (Cf. Noche 1, 5-6)

El ermitaño recuerda de forma especial en este tiempo que “no solo de pan vive el hombre”, y que en su camino hacia Dios ha de reconocer su debilidad y su dependencia total de Aquel que lo llama a una íntima comunión de amor. Para tal empresa de vida espiritual nos prepara la ascesis teresiana que es toda evangélica, impregnada de amor y alegría espiritual. Sí, alegría, porque no se crean que el ermitaño vive este tiempo con tristeza o pesadumbre. Más al contrario, es un tiempo en que su corazón permanece en vela, en tensión hacia Dios; y al mismo tiempo puede ayudar con su austeridad a las necesidades de sus hermanos los hombres que padecen necesidad.

Pero el ayuno no sólo consiste en comer menos, en sentir la necesidad del alimento, sino que el ayuno también es romper todo yugo, en compartir el pan con el hambriento, en acoger en el monasterio a los pobres sin hogar, cubrir al prójimo cuando lo ves desnudo y en no esconderse de quien de tu propia carne.

Cartas del Hermano Lorenzo (II)

 

 

 

No encuentro mi forma de vivir descrita en libros, aunque no tengo problemas con ello. Sin embargo, para mayor tranquilidad, te agradecería que me hicieras saber tus pensamientos acerca de este tema.

En una conversación algunos días atrás, una persona muy devota me dijo que la vida espiritual era una vida de gracia, que se inicia con un miedo servil, crece con la esperanza de la vida eterna, y se completa con el amor puro; cada uno de estos estados tiene fases diferentes, por medio de los cuales uno llega finalmente a aquella bendita consumación.

Yo no seguí estos métodos completamente. Al contrario, sentí instintiva-mente que me desalentarían. En vez de seguirlos, cuando entré en la vida religiosa, tomé la resolución de entregarme (darme a mí mismo) a Dios para que Él fuera la completa satisfacción de mis pecados, y por amor a Él, renunciar a todo.

Durante los primeros años, frecuentemente empleaba el tiempo apartado para la devoción en pensamientos acerca de la muerte, juicio, infierno, cielo, y mis pecados. Y continué por algunos años, poniendo mi mente cuidadosamente el resto del día, e incluso en medio de mi trabajo, en la presencia de Dios, que siempre la consideraba conmigo, siempre en mi corazón.

Con el tiempo comencé a hacer lo mismo durante el tiempo consagrado a la oración, lo que me produjo alegría y consolación. Esta práctica produjo en mí una estima tan alta de Dios que sólo la fe era suficiente para sostenerme.

Ese fue mi comienzo. Puedo decirte que durante los primeros diez años, sufrí mucho. Durante ese tiempo me caía y me levantaba muchas veces. Me daba la impresión que todas las criaturas, la razón, y Dios mismo estaban contra mí, y que sólo la fe estaba a mi favor.

La aprensión de no ser tan devoto de Dios como deseaba, mis antiguos pecados siempre en mi mente, y los grandes favores inmerecidos que Dios había hecho por mí, eran la fuente de mis sufrimientos y sentimientos de indignidad. A veces me aproblemaba pensando que haber recibido tales favores era sólo efecto de mi imaginación, ya que llegaban a mí muy rápidamente, y yo pensaba que de ser verdaderos debían tardarse más en llegar. Otras veces creía que todo era un engaño voluntario y que no había esperanza para mí.

Finalmente, consideré la perspectiva de pasar el resto de mi vida en estas dificultades. Descubrí que esto no había disminuido la confianza que tenía en Dios. De hecho, sólo había servido para aumentar mi fe. Parecía que al fin había encontrado el cambio en mí. Mi alma, que hasta entonces estaba inquieta, comenzó a sentir una profunda paz interior, como si hubiera hallado su centro, un lugar de reposo.

A partir de ese instante comencé a caminar ante Dios simplemente, en fe, con humildad, y con amor. Me propuse diligentemente a no hacer nada ni pensar en nada que pudiera desagradar a Dios. Tenía la esperanza que cuando terminara de hacer lo que podía, Dios hiciera conmigo lo que Él quisiera.

No encuentro palabras para describir lo que ocurre conmigo ahora. No siento dolor ni dificultad acerca de mi estado porque no tengo voluntad propia, sólo la de Dios. Me esfuerzo en cumplir su voluntad en todas las cosas. Estoy tan resignado que no levantaría una paja del suelo, si este acto es contrario a su orden, o por cualquier motivo distinto al puro amor por Él.

He cesado de todas las formas de devoción y de oraciones excepto las que mi estado requiere. Mi prioridad es perseverar en su santa presencia, en la cual mantengo una atención sencilla y amante de Dios, que puede llamarse una presencia actual de Dios. Poniéndolo de otra forma, es una habitual, silenciosa, y privada conversación del alma con Dios. Que me da mucho gozo y contentamiento. En resumen, estoy seguro, más allá de toda duda, que mi alma ha estado en las alturas con Dios estos últimos treinta años. He pasado por muchas cosas pero no quiero parecer tedioso refiriéndotelas en detalle.

Pienso que es apropiado contarte como me percibo a mí mismo delante de Dios, a quien considero como mi Rey. Me considero a mí mismo como el más miserable de los hombres. Estoy lleno de faltas, taras, y debilidades. He cometido toda clase de crímenes contra este Rey. Con un profundo arrepentimiento le confieso todas mis debilidades. Pido su perdón. Me abandono completamente en sus manos para que Él haga conmigo lo que quiera.

Mi Rey es lleno de misericordia y bondad. Lejos de castigarme, Él me abraza con amor. Me hace comer en su mesa. Él me sirve con sus propias manos y me da la llave de sus tesoros. Me conversa y se deleita conmigo incesantemente, de miles y miles de formas distintas. Y me trata como su favorito. De esta manera me considero continuamente en Su santa presencia.

Mi método más usual es esta simple atención, una amorosa mirada a Dios. Así me encuentro muchas veces, a mí mismo apegado con la mayor dulzura y deleite a Él, igual que un niño al pecho de su madre. Para elegir una expresión, llamaría a este estado el seno de Dios por la inefable dulzura que gusto y experimento allí. Si en algún momento, mis pensamientos me apartan de este estado de necesidad y flaqueza, mis recuerdos me traen nuevamente, por medio de emociones interiores tan sublimes y deliciosas que no encuentro palabras para describirlas.

Te ruego que consideres mi gran miseria, como te he informado extensamente, y los grandes favores que Dios hace a alguien tan indigno y malagradecido como yo.

De esta forma mis horas consagradas a la oración, son una simple continuación del mismo ejercicio. A veces me considero a mí mismo como una piedra delante del escultor, de la que Él hará una estatua. Cuando me presento así delante de Dios, deseo que haga su imagen perfecta en mi alma y que me haga enteramente como Él es.

En otras ocasiones, cuando me consagro a la oración, siento que todo mi espíritu se eleva sin ningún cuidado ni esfuerzo de mi parte. Luego mi alma está suspendida, y anclada firmemente en Dios, teniendo a Dios como el centro o el lugar de reposo.

Sé que algo carga este estado con inactividad, engaño, y amor propio. Confieso que es una inactividad santa. Y sería un dichoso amor propio si el alma, en este estado, fuera capaz de esto. Pero mientras el alma está en este reposo, no puede distraerse por las cosas a las cuales antes estaba acostumbrada. Aquello de lo cual el alma solía depender ahora es más bien un impedimento.

Así que no puedo ver como esto podría llamarse un engaño, ya que el alma que disfruta a Dios de esta manera sólo lo desea a Él. Si esto es un engaño, sólo Dios puede remediarlo. Le dejo que haga lo quiera conmigo. Sólo lo deseo a Él. Sólo deseo ser completamente devoto a Él.

CARTAS DEL HERMANO lORENZO

 

 

Las Cartas del Hermano Lorenzo son el corazón y el alma del Libro «La Practica de la presencia de Dios». Todas fueron escritas los diez últimos años de su vida. Los destinatarios fueron diversos; sin embargo en todas ellas late la sencillez y el amor total a Cristo

 

Tú deseas tan diligentemente que te describa el método por el cual he llegado a este habitual sentido de la presencia de Dios, el cual nuestro misericordioso Señor ha querido darme. Voy a hacerlo con la petición que no le muestres la carta a nadie. Si me entero que muestras la carta, todo el deseo que tengo que alcances el progreso espiritual no bastará para que te siga escribiendo.

Lo que puedo contarte es lo siguiente: habiendo encontrado en muchos libros diferentes métodos de ir a Dios y diversas prácticas de la vida espiritual, llegué a la conclusión que éstas servían más para confundirme que para facilitarme lo que seguí después, que no era otra cosa que llegar a ser completamente de Dios. Esto hizo que me decidiera a darme todo por el Todo.

Después de haberme dado a mí mismo completamente a Dios, para que Él satisficiera lo que yo merecía por mis pecados, yo renuncié, por amor a Él, a todo lo que no fuera Dios; y comencé a vivir como si no hubiera nada más en el mundo que Él y yo.

A veces me consideraba a mí mismo ante Él como un pobre criminal a los pies de su juez. Otras veces lo veía a Él en mi corazón como mi Padre, como mi Dios. Lo adoraba lo más seguido que podía, manteniendo mi mente en su santa presencia y recordándolo cuando mi mente comenzaba a alejarse de Él. Este era mi trabajo no sólo en el tiempo designado para la oración sino en cualquier instante; cada hora, cada minuto, incluso cuando tenía más trabajo. Alejaba de mi mente todo lo que interrumpía mis pensamientos de Dios.

Este ejercicio no estaba libre de dolor. Continuaba a pesar de las dificultades. Trataba de no aproblemarme o inquietarme cuando mi mente comenzaba a vagar. Aquella había sido mi práctica común desde que entré a la vida religiosa. Aunque los había hecho muy imperfectamente, encontré grandes ventajas en esta práctica. Yo sabía muy bien que todo se debía a la misericordia y a la bondad de Dios, porque nada podemos hacer sin Él, incluso menos que nada.

Cuando somos fieles en mantenernos en su santa presencia, y permitirle que siempre esté delante de nosotros, esto nos impide ofenderlo y hacer algo que pueda desagradarlo. También produce en nosotros una libertad santa, y si se puede decir así, una familiaridad con Dios, donde o cuando la pidamos. Él nos suministra la gracia que necesitamos. Con el tiempo, al repetir a menudo estos actos, éstos se tornan habituales, y la presencia de Dios llega a ser muy natural para nosotros.

Por favor da gracias a Dios conmigo por su gran bondad hacia mí, la cual nunca podré suficientemente expresar, y por los muchos favores que Él ha realizado a este tan miserable pecador como soy. Que todo le alabe. Amén.