«Aprenda el espiritual a estarse con advertencia amorosa en Dios, con sosiego de entendimiento, cuando no puede meditar, aunque le parezca que no hace nada. Porque así, poco a poco y muy presto, se infundirá en su alma el divino sosiego y la paz» (San Juan de la Cruz)
La enseñanza de san Juan de la CRuz pretende llevar a la persona, por encima de todo, a su madurez espiritual, y ésta se logra por el desapego. Una vez liberada la persona se une con Dios. El Santo sitúa la oración dentro de este proceso de liberación integral, surgiendo de él naturalmente, como fruto de un proceso íntimo. Por ello no queda reducido a una mera técnica.
Hay que adevertir que Juan de la Cruz habla para personas ya iniciadas. NO se entretiene en las oraciones activas de tipo discursivo o imaginativo como hace santa Teresa. Su mayor interés es adentrar a la persona en la oración contemplativa.
El paso de la oración meditativa a la contemplación está llamado por lo que san Juan de la CRuz llama advertencia amorosa. Ella es una mirada siemple que predispone a la persona para recibir la presencia de Dios. Esta advertencia es el método con el que san Juan de la CRuz enseña a orar contemplativamente. Con él nos recogemeos en Dios, el alma se pacifica y fortalece, y nuestras obras son expresión de vida.
La advertencia amorosa es una capacidad que se desarrolla a partir de un proceso de ascesis y negación que el hombre realiza movido por Dios. También supone, por lo general, una práctica de la oración activa durante algún tiempo. Además, está acompañada de una cierta purificación pasiva que Dios va realizando en la persona.
Esta adevertencia supone, además, una experiencia de sequedad, tanto en las cosas materiales como en la vida espiritual, pero sin dejar de anhelar a Dios, aunque no lo pueda comprender ni imaginar. De este anhelo surge la adevertencia amorosa, y con ella se abre la puerta de la oración contemplativa