NAVIDAD EN EL CORAZÓN

Hay un tercer santuario donde se ha realizado esta noche el nacimiento del Hijo Divino de María. Este tercer templo está a nuestro lado; está dentro de nosotros: es nuestro propio corazón. Nuestro corazón es el Belén que Jesús quiere visitar, en el que desea nacer para morar allí y crecer hasta llegar al hombre perfecto, como dice el apóstol (Ef 4,13). Si desciende hasta el establo de la ciudad de David, es sólo para poder llegar con mayor seguridad hasta nuestro corazón, al que amó con amor eterno hasta el extremo de descender del cielo para venir a habitar en él. El seno de María le llevó nueve meses; en nuestro corazón quiere vivir eternamente.

 

¡Oh corazón del cristiano, Belén viviente, alégrate! Tú no puedes ofrecerle las puras y maternales caricias de María, ni los cariñosos cuidados de José; preséntale las adoraciones y el amor sencillo de los pastores.

 

Lucha para conservar dentro de ti mismo esta amorosa presencia; lucha para llegar a la feliz consumación que te hará una sola cosa con Él, en la eternidad. ¡Oh Belén viviente! Repite sin cesar esta dulce frase de la Esposa: Ven, Señor Jesús, ven.

Dom Próspero Gueranger

 

Romance «In principio erat Verbum»

Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado

290. de su tálamo salía
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en un pesebre ponía,

295. entre unos animales
que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio

300. que entre tales dos había.
Pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía.

305. Y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro

310. tan ajeno ser solía.

San Juan de la Cruz

AL CIELO LOS IRÉ A CANTAR

El prior comienza a leerle la recomendación del alma. “Dígame, padre, de los Cantares, que eso no es menester”, suplica afablemente. Y cuando le están leyendo versículos del Cantar de los Cantares, comenta ilusionado: “¡Oh, qué preciosas margaritas”

 

Suenan las doce en el reloj de la Iglesia del Salvador. Francisco sale de la celda del enfermo para tocar a Maitines. “¿a que tañen”, pregunta fray Juan al oír las primeras campanadas. Cuando le dicen que a Maitines, como si le hubieran dado la señal de la partida exclama gozoso: “¡Gloria a Dios que al Cielo los iré a decir! Pone sus labios en el crucifijo que tiene en las manos, dice pausadamente: “en tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”, y expira. Es el 14 de Diciembre de 1591

DESCRIPCIÓN DE LA ADVERTENCIA AMOROSA (I)

Llegado el principiante a cierta madurez espiritual, pues, abandona los actos discursivos e imaginativos de forma natural; ya nada le dicen. Pero puede ocurrir que ahora no sepa qué hacer y la persona pase a un estado de vagabundeo del pensamiento, o piense que el asunto consista en dejar la mente en blanco. Para impedir esto, San Juan de la Cruz quiere encauzar este momento clave del camino contemplativo. Para ello enseñará un “método” que podemos considerar la clave pedagógica que mejor dispone a la contemplación dentro de la mística cristiana, y a la que él llama advertencia amorosa:

Aprenda el Espiritual a estarse con advertencia amorosa en Dios, con sosiego de entendimiento, cuando no puede meditar, aunque le parezca que no hace nada. Porque así, poco a poco, y muy presto, se infundirá en su alma el divino sosiego y la paz con admirables y subidas noticias de Dios, envueltas en divino amor. Y no se entremeta en formas, meditaciones e imaginaciones, o algún discurso, porque no desasosiegue el alma y la saque de su contento y paz, en lo cual ella recibe desasosiego y repugnancia. Y si, como habemos dicho, le hiciere escrúpulo de que no hace nada, advierta que no hace poco en pacificar el alma y ponerla en sosiego y paz, sin alguna obra y apetito, que es lo que nuestro Señor nos pide por David (sal 45,11), diciendo: aprenderos a estaros vacíos de todas las cosas, es a saber, interior y exteriormente, y veréis cómo yo soy Dios ( 2S 15,5)