Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, quiero acercarme a ti con la confianza que me da saber que has buscado esta página para encontrarte con algo que te pueda sorprender más allá de lo cotidiano de un paisaje urbano aburrido y monótono, de una jornada dura y sin apenas comunicación viva. Quieres buscar una naturaleza que te cautive, o una comunicación que te llene desde un silencio creador.
Es fácil que lo que yo te quiera transmitir no se identifique con tu experiencia, pero, insisto, me da confianza tu búsqueda para compartir contigo lo que a continuación te confío.
Cada mañana al despertar me abro a la presencia amorosa de ese misterio que en nuestra tradición cristiana llamamos Santísima Trinidad. Suelo evocarlo con la señal de la cruz. No ofrezco nada, no me propongo hacer nada, sólo me hago consciente de su presencia, sostiene mi vida al despertar. Tengo después la gracia de poder pasar en la capilla del monasterio que se construyó en este valle de las Batuecas, una hora de oración ante la reproducción del icono de la Trinidad de Rublev.
Esa primera conciencia del despertar se prolonga al sentirme abierto a esa vida divina. Es algo que conocí en Santa Teresa, y que por gracia comparto con ella. No es nada forzado, ni pensado, es un hondo sentimiento de esa misma verdad que me enseñaron de niño sin más consideraciones cuando me decían: Santíguate en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. (P. F. B.)