En el atardecer de la vida

las Palmas

Contemplo la puesta del sol con la vista puesta en el mar, privilegio de quien se acerca al Desierto de las Palmas (Castellón). Es admirable como aquel sol tan intenso, tan radiante y fuerte en otros momentos del día,  ahora se hace blando y ameno. Sale de cena como un artista después de ejecutar con esmero su performance. Sale con discreción escondiéndose entre las montañas y las nubles. Sale, pero no sin dejar su rastro. Parece un encantador juego de colores con tonos variados, de una belleza única, algo realmente indescriptible. El color ceniza va a los pocos tomando cuenta de todo, ya no se puede distinguir con exactitud las nubes del agua o el cielo de la tierra. Todo se va unificando como si todo estuviese destinado al mismo fin.

Pienso en el atardecer de la vida, en aquel momento que como el sol cuando se pone, ya no tenemos la misma fuerza e intensidad física, la memoria comienza a traicionarnos fijándonos en algunos recuerdos, la mente parece ya no tener más la misma lucidez y vivacidad. Pero ¿qué  queda de todo lo que hemos vivido? Los colores con tonos diversos de vivencias, sentimientos y relaciones que he experimentado y que de cierta forma permitió una vida auténtica, con una belleza única. Me refiero al atardecer de la vida de aquel que ha vivo en armonía con el Creador y con las demás criaturas. Su vida ahora es este pasaje suave, blando, donde por fin ve su existencia plenamente unificada con Aquél que sirvió y amó.

 

Fray Emmanuel María

Escuela de Serenidad

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Batuecas es también una escuela de serenidad. Desde hace miles de años el río Batuecas corre alegre por su cauce, dejando a su paso un rumor de agua viva. Serenidad. Desde hace miles de años las montañas están ahí arriba, dibujando sus siluetas en el horizonte y protegiéndonos de los vientos gélidos del norte. Serenidad. Paz. Desde hace miles de años, en los días soleados el aire de Batuecas es limpio, puro, transparente, luminoso. Serenidad. En los días lluviosos una humedad fecunda lo envuelve todo. El vapor, como humo, se cuela por entre la floresta y los riscos, mientras la llovizna ablanda la tierra. Una luz tenue es suave bálsamo para el espíritu. Serenidad. Belleza. Desde hace miles de años, cuando hay luna llena, la noche se viste de un fulgor plateado que te embarga el alma. Cuando no hay luna, las estrellas brillan hasta la emoción. Serenidad. Paz. Felicidad.

Desde hace cientos de años un puñado de carmelitas descalzos habitan el valle de las Batuecas, meditando día y noche la ley del Señor. Serenidad. Paz. Desde entonces Batuecas no sólo es uno de los lugares más bellos y misteriosos de España, es también un lugar sagrado, santo: el santo Desierto de San José del Monte. Serenidad. Simplicidad de vida. Santidad. Hoy en Batuecas un puñado de religiosos y huéspedes seguimos empeñados en darle la batalla al ruido, a la prisa, a la ansiedad; en aprender el arte de la serenidad. En Batuecas uno va sintiendo que la felicidad no consiste en que todo te vaya bien sino en aceptar con serenidad los vaivenes de la vida. Pueden fallarte los amigos, la familia, el trabajo, la salud. No importa. Si te abres con serenidad a la voluntad de Dios y acoges su gracia, sentirás su dulce amor. Entonces lo amarás con locura y amarás a tus hermanos. Entonces encontrarás la verdadera felicidad. En Batuecas y donde Dios quiera.

 

Pablo María

Dios es el silencio

Deus é o silêncio

Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el silencio creador de este valle de Las Batuecas.

            Al inicio de camino que lleva al monasterio se ha escrito con acierto en una pizarra esta sentencia: “Dios es el silencio del cual proceden todos los sonidos”.  La primera reflexión, -te confieso que este dicho me ha interpelado siempre y me ha ido despertando a nuevas comprensiones-, es preguntarme por esa hermosa comparación: “Dios es el silencio”.

Rápido caí en la cuenta de que no era algo alcanzable sólo por el hecho de no hablar, es más no podemos pensar que la palabra humana, como el sonido de la naturaleza pueden romper el silencio, pero sí puedo escucharlos en el marco del silencio. ¡Aquí está el misterio de lo que se expresa en esta sentencia! El silencio he de recibirlo como un don. Y al fin sólo es verdadero silencio cuando puedo llegar a identificarlo con Dios.

Nada de lo que yo pueda alcanzar con mi silencio material, puede llegar a ser identificado con el “silencio” que es Dios. No hacer ruido, no hablar, no es todavía el silencio. ¿Qué es?, uno de los pasos previos. Viene después el silencio de mi cuerpo y de mi mente, de todo cuanto impide la acogida del silencio. Estar en esa sabrosa espera es lo que se constituye en la tarea de toda vida contemplativa.

Ser contemplativo no es ausentarse del mundo sino dejar que en el mundo se abra paso este silencio. Sin duda que en espacios como Batuecas, esta sentencia resuena con fuerza y así impresiona verla colocada en el momento en que uno se acerca a este monasterio.

 

P. Francisco Brändle

Poned los ojos en el centro… adonde está el Rey (1 M 2, 8)

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“Buscarme has en ti”… ¡Qué hermoso reto el de la santa para todo el que busca la respuesta a la pregunta por antonomasia! ¿Quién soy yo? La metáfora del castillo interior es toda una aventura de introspección. No se trata de mirarse al ombligo, creyéndose alguien superior; ni tampoco, dejándose arrastrar por la baja autoestima, de retirar los espejos de casa para no verse a sí mismo. Hay una tercera vía.

En todos nosotros, en lo más profundo y escondido a nuestros ojos, está Él. Mientras el mundo nos invita a salir fuera, a explorar, a descubrir, a gozar, a vivir…, una voz interior susurra e invita también a entrar en uno mismo. Hay quien teme al silencio, al supuesto vacío, a las nadas interiores, a soledades descarnadas. Pero, ¡Alguien llama!

No es lo mismo buscarse a sí mismo que buscar algo o alguien dentro de uno mismo. No es lo mismo preguntarme quién soy que preguntarme quién es, quién está en mí. Por el sonido del agua uno se guía y halla la fuente. Hay ríos y mares inmensos fuera de uno pero hay un manantial que borbotea desde lo hondo del corazón.

Y así, en oración se adentra uno en la propia alma, abriendo puertas aquí y allá, buscando esa voz, ese perfume de presencia; y, mientras intentas conocer al Rey, te vas conociendo a ti mismo.

No niego los muchos conocimientos que adquirimos en viajes, en clases magistrales, en Internet, en el encuentro con hombres y mujeres de otros países… Pero ¡cuánto por conocer en el propio corazón! (A veces dormimos con un auténtico desconocido).

¡Y allí… está Él! ¡Qué inmensa satisfacción saber que Él está siempre, que no ha cambiado, que es el mismo de tu infancia y de tu juventud! ¡Eres Tú, Señor!

Y entonces estamos los dos, juntos, mirándonos, casi sin hablar. ¡Estamos juntos!

Silencio, paz, presencia…

Fray Bernabé de san José

01 de febrero de 2018

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20)

P.D. ¿Con que un castillo interior, eh, Teresa? ¡Vaya comparación más magistral! Lo que no nos repetiste suficientemente es que, cada vez que vamos pasando por las distintas moradas, las puertas se han haciendo más chicas y hay que agacharse más y más… Es verdad, sí lo decías: ¡humildad, humildad y más humildad!