Cristo es mío y todo para mí

Cristo

Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre.

Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón.

San Juan de la Cruz

Mi amado, los valles solitarios nemorosos

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Son las 6:45 de la mañana, como todos los días dejo mi ermita que me acogió en el descanso nocturno para dirigirme a la capilla, donde en comunidad uniremos nuestras voces a la alabanza de toda la creación. En el pequeño tramo entre la ermita y el convento central, alzo mis ojos al cielo; de ambos lados, se elevan copiosas montañas formando un hermoso valle. Esta actitud tan espontánea y tan común en los miembros de esta comunidad eremítica está envuelta de significado.

       Las montañas cercan este monasterio como los brazos amorosos de Dios que cerca a su pueblo de cariño y protección (Sal 125, 2). A cualquier lado que miremos depararemos con montes y colinas que hablan de la grandiosidad del Creador. Delante de algo tan grande e imponente experimentamos nuestra pequeñez. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?» (Sal 8,4). La constatación de nuestra miseria, lejos de aprisionarnos en pensamientos negativos, nos lanza confiadamente en la misericordia de Dios, único remedio para nuestra debilidad.

            Entre las diversas elevaciones que forman este valle hay una que emite un mensaje singular. Su peculiaridad no está en el formato de sus rocas, ni en la hermosura de su vegetación, tampoco por ser la más alta de todas. Lo que le hace única es por sustentar una sencilla cruz, haciendo memoria del Calvario y del hecho redentor de Cristo por toda la humanidad. ¡Ave crux, spes unica! Si la naturaleza nos habla de la grandiosidad de Dios, la cruz, nos indica su kénosis. Un Dios tan excelso, que en su amor por sus criaturas, se abaja para elevarla a la plenitud.

Fray Emmanuel María

 

 

San José y Santa Teresa

En el tramo de marzo, nuestro camino hacia la Pascua nos ofrece dos posadas donde hospedarnos y descansar un poco, para continuar luego la marcha con las fuerzas renovadas. Son las solemnidades de San José y de la Encarnación de Nuestro Señor. En esta ocasión, quiero detenerme en la fiesta del glorioso Patriarca y, ya que estamos en un desierto carmelitano, centrarme en la estrechísima, en la íntima relación que vivieron Santa Teresa de Jesús y San José.

Antes de Santa Teresa, José apenas era conocido ni venerado por el pueblo de Dios. Pasaba más bien desapercibido, a la sombra de María, su santísima esposa y de Nuestro Señor Jesús, su hijo legal. Teresa, bien por tradición familiar o bien por influencia de alguna lectura, empezó desde bien pronto a tenerle devoción y a encomendarse a él en sus dificultades materiales y espirituales. Y la intercesión de tan glorioso abogado, a la vez suave y poderosa, no se hizo esperar. Tras una larga y dolorosa enfermedad que la dejó totalmente tullida desde los veinticuatro a los veintisiete años, cansada de los falsos remedios que le prometían los médicos de la tierra, tomo por abogado a San José y recobró milagrosamente la salud. Desde entonces los favores del santo Patriarca para con su hija predilecta no cesarían hasta el final de su vida.

Merece la pena que escuchemos directamente a la Santa: “Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo; de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre -siendo ayo- le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide” (Vida 6,6). Y un poco más abajo insiste: “Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere; y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devoción. En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas […]. Quien no hallare maestro que le enseñe oración tome este glorioso santo por maestro y no errará en el camino” (Vida 6,8).

Está claro, pues, cuánto le debe Teresa a José. Pero ¿cómo se lo paga ella? Con amor, pues amor con amor se paga. En primer lugar, reconoce que su reforma va saliendo adelante gracias a San José, al que considera fundador de su primer monasterio. De hecho, San José será el titular de esta primera fundación teresiana: San José de Ávila. A partir de entonces dedicará al santo Patriarca la mayoría de los diecisiete conventos reformados que funda: San José de Medina, San José de Toledo, San José de Salamanca… A fines del XVIII más de doscientos conventos están dedicados a este Santo.

No sólo entre las monjas y frailes de la descalcez carmelitana, sino en todos los ámbitos religiosos y eclesiásticos, entre la nobleza y entre el pueblo llano empieza a conocerse, a venerarse y a amarse a San José. Los niños y niñas empiezan a bautizarse con el nombre de José, Josefa… Se va extendiendo también el apellido religioso de San José: María de San José, Rafael de San José… Y al final, San José es nombrado patrón universal de la Iglesia, de los seminaristas, de los trabajadores… Bien podría ser también el patrón de la vida religiosa, porque ¿quién le gana en castidad, pobreza y obediencia?

Desde entonces, miles y miles de personas han experimentado la acción benéfica de San José en sus vidas. Amados hermanos y hermanas, seamos muy amigos de San José. Si para Teresa la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5), dediquemos también un ratito todos los días a tratar con San José, que nos ama como nuestro padre que es.

Pero sobre todo yo os invito a imitar a José. Admiremos a José como el más grande santo de la Iglesia después de María, pero, en la medida de lo posible, imitémoslo también. Él puede ser para nosotros modelo de tantas virtudes… De trabajo, de humildad, de sencillez, de oración, de castidad, pobreza y obediencia, de silencio… Estemos tan unidos a José que con Teresa podamos decir que es nuestro “verdadero padre y señor”.

P.D.: Ya se me olvidaba: Batuecas también está dedicado a San José: es el Santo Desierto de San José del Monte.

Pablo María

La naturaleza que enamora

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             Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el silencio creador de este valle de Las Batuecas.

            En Batuecas no vas a encontrarte con la naturaleza, es que la naturaleza viene a ti. Si estás en onda con esa sencilla afirmación: “Dios es el silencio del cual proceden todos los sonidos”, se comienzan  a sentir los sonidos de una naturaleza que enamora porque está llena de hermosura. La que muestra el amor del que procede, y te enamora. La mirada de Dios que creo esta naturaleza, la llenó de hermosura, su realidad más profunda es un canto de amor que llena al que la contempla. El amor con el que respondo me hace respetarla e ir deleitándome en ese sonido que viene del silencio de Dios. Dios no me habla por muchas consideraciones que yo pueda hacer en torno al origen de la creación, sino por ese sonido que de Él procede y que me recrea y enamora, a través de esta sonora naturaleza que me envuelve en el amor de Dios.

            Me sucede que como en un “flash” la imagen que en determinados momentos contemplan mis ojos descubre una armonía tal que su “sonido”, su hablarme, se hace silbo amoroso. No se rompe el silencio de mi contemplación, de Él surge el sonido. Si mi oído está muy dañado, se me escapa este sonido último, y me viene el desagrado porque no descubro esperanza en el morir de tantos elementos de la naturaleza, porque la veo agresiva ante mis deseos de dominio ante ella. Necesito de nuevo volver a escuchar el silencio de Dios, y dejar que nazcan los sonidos que de Él proceden, y poder así volver a contemplar esa bella creación que me enamora y vuelve a salir a mi encuentro para descubrir mi singular puesto dentro de ella y venir a ser parte de esa armonía única de todo lo creado.

 

Fray Francisco Brändle

 

Dame de beber (Jn 4,7)

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Hace una semana subía a la ermita de S. Elías; iba cargado con dos cubos de agua y una garrafa en la mochila. El camino irregular se hacía empinado. A la mente me venía el pasaje de la samaritana; y así, entendí que ésta habría de ser mi meditación de desierto ese día.

«Dame de beber», dice Jesús, y comenzó todo un diálogo intenso.

En un jarrillo de barro eché un poco del agua buena para beber y la puse sobre el altar de la ermita.

«Qué agua puedo ofrecerte, Señor? -le dije-. Acaso estas aguas de mi vida pueden apagar tu sed? Si tú eres la fuente que salta hacia la vida eterna, en qué puede saciarte mi pobre agua? Soy yo quien te pide de beber! Cuánta sed siento!»

Hoy, subo a hacer mi jornada de desierto a la ermita del olivar. Llueve copiosamente. Esta vez no tengo que subir agua. Corren los arroyos valle abajo, saltan las aguas aquí y allá! Se prepara ya el despertar primaveral! Bendita agua! La tierra no da abasto para absorberla. Así mi alma, con su cantarillo roto, bajo el torrente del amor de Dios, siente que se le desparrama toda y no puede ya absorber tanta gracia! Dios sea bendito!

 

1 de marzo de 2018

Fray Bernabé de S. José

 

P. D. Que qué es contemplación?

Ponerte con tu cantarrillo roto bajo la cascada del amor de Dios.

Que qué es contemplación?

Extender tu alma, cual vela al viento, para atrapar algo del perfume de Dios.

Que qué es contemplación?

Dejarte entrar, como leño seco, en el corazón ardiente de Dios para ser consumido en amor.

Que qué es contemplación?

Ser semilla enterrada en Dios y confiar en que estás siendo despertado como algo totalmente nuevo.

Y con todo esto, tan solo consiste en ser y estar como un mendigo ciego esperando sin prisas el paso de Jesús Nazareno (Mc 10,46-52).