San José y Santa Teresa

En el tramo de marzo, nuestro camino hacia la Pascua nos ofrece dos posadas donde hospedarnos y descansar un poco, para continuar luego la marcha con las fuerzas renovadas. Son las solemnidades de San José y de la Encarnación de Nuestro Señor. En esta ocasión, quiero detenerme en la fiesta del glorioso Patriarca y, ya que estamos en un desierto carmelitano, centrarme en la estrechísima, en la íntima relación que vivieron Santa Teresa de Jesús y San José.

Antes de Santa Teresa, José apenas era conocido ni venerado por el pueblo de Dios. Pasaba más bien desapercibido, a la sombra de María, su santísima esposa y de Nuestro Señor Jesús, su hijo legal. Teresa, bien por tradición familiar o bien por influencia de alguna lectura, empezó desde bien pronto a tenerle devoción y a encomendarse a él en sus dificultades materiales y espirituales. Y la intercesión de tan glorioso abogado, a la vez suave y poderosa, no se hizo esperar. Tras una larga y dolorosa enfermedad que la dejó totalmente tullida desde los veinticuatro a los veintisiete años, cansada de los falsos remedios que le prometían los médicos de la tierra, tomo por abogado a San José y recobró milagrosamente la salud. Desde entonces los favores del santo Patriarca para con su hija predilecta no cesarían hasta el final de su vida.

Merece la pena que escuchemos directamente a la Santa: “Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores de honra y pérdida de alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo; de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que, así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre -siendo ayo- le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide” (Vida 6,6). Y un poco más abajo insiste: “Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere; y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devoción. En especial personas de oración siempre le habían de ser aficionadas […]. Quien no hallare maestro que le enseñe oración tome este glorioso santo por maestro y no errará en el camino” (Vida 6,8).

Está claro, pues, cuánto le debe Teresa a José. Pero ¿cómo se lo paga ella? Con amor, pues amor con amor se paga. En primer lugar, reconoce que su reforma va saliendo adelante gracias a San José, al que considera fundador de su primer monasterio. De hecho, San José será el titular de esta primera fundación teresiana: San José de Ávila. A partir de entonces dedicará al santo Patriarca la mayoría de los diecisiete conventos reformados que funda: San José de Medina, San José de Toledo, San José de Salamanca… A fines del XVIII más de doscientos conventos están dedicados a este Santo.

No sólo entre las monjas y frailes de la descalcez carmelitana, sino en todos los ámbitos religiosos y eclesiásticos, entre la nobleza y entre el pueblo llano empieza a conocerse, a venerarse y a amarse a San José. Los niños y niñas empiezan a bautizarse con el nombre de José, Josefa… Se va extendiendo también el apellido religioso de San José: María de San José, Rafael de San José… Y al final, San José es nombrado patrón universal de la Iglesia, de los seminaristas, de los trabajadores… Bien podría ser también el patrón de la vida religiosa, porque ¿quién le gana en castidad, pobreza y obediencia?

Desde entonces, miles y miles de personas han experimentado la acción benéfica de San José en sus vidas. Amados hermanos y hermanas, seamos muy amigos de San José. Si para Teresa la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5), dediquemos también un ratito todos los días a tratar con San José, que nos ama como nuestro padre que es.

Pero sobre todo yo os invito a imitar a José. Admiremos a José como el más grande santo de la Iglesia después de María, pero, en la medida de lo posible, imitémoslo también. Él puede ser para nosotros modelo de tantas virtudes… De trabajo, de humildad, de sencillez, de oración, de castidad, pobreza y obediencia, de silencio… Estemos tan unidos a José que con Teresa podamos decir que es nuestro “verdadero padre y señor”.

P.D.: Ya se me olvidaba: Batuecas también está dedicado a San José: es el Santo Desierto de San José del Monte.

Pablo María