
450 años de la fundación de los Carmelitas Descalzos

¡Señor, haz que vea! (Mc 10,51). Como me parece apropiada para un contemplativo esta plegaria, confieso que estas sencillas palabras expresan un anhelo profundo de todo mi ser. Ya hace algún tiempo que he comprendido que la gran obra que Dios desea hacer en mí es sanar mi ceguera espiritual que no me permite “ver”, o mejor, “contemplar” la realidad con la misma mirada que Él. Sí, en esto consiste la ceguera espiritual: quedarse en un modo torpe y limitado de visión.
Jesús rechazó la postura del apóstol Pedro por causa de esta visión miope de la realidad “¡Apártate de mí, Satanás, pues eres un tropiezo para mí! Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres” (Mt 16,23). Pueden parecer palabras duras, pero nuestra visión de la realidad es determinante para nuestro ser y hacer. Ella puede ser un obstáculo para no adherirnos al proyecto de salvación que Dios ha trazado para nosotros.
La ceguera espiritual consiste también en quedarse en las apariencias, que generalmente, son fuente de muchos equívocos. La sanación de la ceguera permite mirar a cada persona humana y percibir la bondad y la belleza que la envuelve. En verdad, una persona plenamente sana adquiere la gracia de contemplar a Dios en cada ser humano y en cada cosa creada. Es una mirada que escruta el corazón y llega a la esencia de cada ser, donde Dios habita y, desde allí, emana su amor y bondad a todas las criaturas.
Muchas veces, ni la propia persona reconoce su propia dignidad y belleza. Es muy común encontrar personas que desconocen totalmente el mundo interior que hay en ellas. Y por eso, acaban viviendo de forma baja, siendo esclavos de sus propios instintos, sin tomar conocimiento del gran tesoro que llevan dentro de sí mismos. Quizá, la misión del contemplativo sea ayudar a cada ser humano a descubrir su belleza interior. Pero, para que él mismo permanezca lúcido y no turbe su visión con la vanidad debe seguir implorando a Aquél que es la fuente de todas las gracias, ¡Señor, haz que vea!
Fray Emmanuel María
Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el silencio creador de este valle de Las Batuecas.
Nuestra oración comienza envuelta en el silencio, después de haber repetido con verdadera unción: “una Palabra habló el Padre y esta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma” (San Juan de la Cruz, Dichos de Luz y amor, n.99). Es una invitación a la contemplación amorosa, superada la via meditativa. En ese contexto resonaron en mí muy especialmente estas palabras del salmo 33: “Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará”.
Creí entender que contemplar es dejar que la luz se adentre en la vida, es permitir que se convierta en radiación que brota del interior; es descubrir que tu rostro, tu persona, tu yo concebido desde lo que crees ser, deje de estar marcado por esos temores a no llegar a dar la talla de lo que se espera de ti, y sentirte portador de esa luz que ha de irradiar de tu ser para iluminar el mundo, es llegar a ser en verdad luz del mundo, aunque no responda a ese falso alumbrar de honores y títulos, de famas y aplausos, porque desde esa luz que mana de la contemplación tu persona irradia aquello que verdaderamente es: Luz.
P. Francisco Brändle
Si a un contemplativo le preguntaran por qué te has distanciado de las personas y te has apartado del mundo, se sentiría con gran confusión. Porque él no vive de esta manera su experiencia, al contrario, se ha unido a toda la humanidad y a toda la creación para establecer una relación nueva y profunda con cada ser. Así, para él, la contemplación es el instrumento para este fin tan elevado. Él se siente profundamente unido a todos y trae en su corazón la compasión por el dolor universal.
La cuestión se radica en un equívoco muy común que perdura a lo largo del tiempo. La comprensión que las personas tienen de la contemplación es de algo pasivo, como un ensimismamiento, una huida del mundo para centrarse en Dios. Se piensa en el contemplativo como alguien que condena la sociedad y escoge huir de ella, evitando así las ocasiones del pecado. Como si él buscase una determinada pureza y eligiese el camino del aislamiento para conseguirla. Por esto, no es difícil encontrar en algunos creyentes una visión negativa de la vida contemplativa. Para ellos, el contemplativo es alguien que renunció a algo fundamental en la vivencia cristiana, que es su aspecto comunitario.
Como he dicho, todo esto causa gran confusión en la mente de un contemplativo, pues no se reconoce en este dibujo que han hecho de él. El contemplativo es alguien, que en primera instancia, se siente llamado, diría, atraído (“Oigo en mi corazón busca mi rostro” Sal 27,8). No ha ido al desierto por su libre voluntad, sino que ha escuchado una llamada. Así, al oír la llamada de Dios y seguirla, se ha dispuesto a recibir el don de Dios, que es el Espíritu Santo, revelador de verdades.
En este itinerario, el contemplativo es llevado a conocer la verdad de su proprio ser, pasa, por tanto, por un proceso de desmantelamiento de sí mismo, que le causará gran dolor, pero le permitirá llegar a comprender su esencia y vivir desde ella. Concomitante a esta nueva visión de sí, llega a una nueva visión del otro, por la que se siente unido al compartir la misma existencia y al se ver envuelto en el mismo proyecto amoroso del Creador. Por esto, el contemplativo se siente íntimamente unido a cada persona y a cada criatura, comparte con ella la existencia y se siente implicado en cada hecho humano, nada le es indiferente, tampoco el pecado y el mal. Todo hace parte de él y vive en él, aunque adormecido.
El contemplativo descubre una manera nueva de comunicarse con cada ser, sin que las palabras sean necesarias. El silencio tan anhelado en la contemplación no es un ascetismo, ni la manifestación de un enfado con el mundo y con las personas. El silencio es una manera de comunicación donde el amor opera, una sorprendente ternura y compasión emerge de esta manera de relacionarse. Él ya no se detiene en el superficial, en las periferias del otro, que puede hacer brotar en nosotros simpatías y antipatías. Escoge relacionarse desde su esencia con la esencia del otro.
Para mí, la contemplación vista de esta manera, es muy distinta y al mismo tiempo necesaria para nuestros tiempos. Para que emerja una nueva humanidad hace falta una vuelta a la contemplación, como instrumento que nos permite experimentar la comunión y el amor mutuo.
P. Emmanuel María
Amiga/o, quienquiera que abras esta página web, bienvenido seas. Espero poder ofrecerte una reflexión sencilla, con la que compartir el silencio creador de este valle de Las Batuecas.
En la capilla donde oramos tenemos el icono de la Trinidad de Rublev colocado en el centro de la pared frontal y así nos preside. Siempre me ha ayudado a vivir la presencia de Dios sentirme envuelto en ese diálogo de miradas. Sigue leyendo «CABALGA VICTORIOSO POR LA VERDAD Y LA JUSTICIA»