
UN DIA EN EL DESIERTO DE BATUECAS
Se llega a este Desierto de Batuecas y la primera impresión que se percibe, es el encuentro con ese amigo que ya tan bien conocemos y que se va haciendo más evidente en el transcurso de la noche.
Al amanecer nos dirigimos a las laudes, son pausados, profundos, casi se puede tocar la presencia del amigo, nos acompaña en medio de los hermanos.
El silencio posterior nos conduce a la unión con el Padre.
La Eucaristía completada con la reflexión del fraile celebrante, acompañado de la soledad de este lugar, puede que nos haga percibir lo necesario que ha sido el pasar por la pérdida, tal vez dolorosa, de todo lo que se oponía a este momento, aquellos acontecimientos que el mismo Padre nos ha enviado a nuestra vida para facilitarnos el encuentro.
¿Estaríamos aquí, si no hubiera aparecido una determinada determinación ante todos esos pensamientos y acontecimientos que se oponían a nuestra venida?
Y la obra de Dios en nuestra vida, la que Él quiere que constatemos para llenarnos de vida, aparece con una luminosidad que nos deslumbra. A nosotros nos gustaría que fuera tierna, dulce, suave, es eso lo que buscamos todos los hombres, y si hablamos de los que nos consideramos religiosos, además tal vez también buscamos que nos reconforte por todo lo buenos que creemos que somos, por todo el bien que creemos hacer, por la recompensa que creemos merecer.
Pero, ¿quién comprende a Dios?, ¿quién conoce el camino que Dios nos tiene preparado?
El hombre antiguo consideraba a Dios un Padre terrible; hoy ya no le vemos así, pero tenemos que tener claro que sigue siendo incomprensible ante nuestros ojos, nos enfrentamos a una luz infinita y potente que daña nuestras pupilas, necesitamos de una adaptación para poderlo recibir, ¿quién puede mirar de frente al sol sin deslumbrarse?
En realidad cuando dejamos entrar a Dios en nuestra vida, le estamos dando permiso para que conduzca nuestra existencia y tal vez nos pida que dejemos algo que se está oponiendo a nuestro encuentro con Él y a lo que no tenemos excesivas ganas de renunciar; tal vez es lo contrario, nos pide que hagamos algo que no nos apetece en absoluto pero que Él considera que es necesario para llegar a su encuentro; tal vez, estos presupuestos en lo que se van a transformar, son en una vivencia que nos resulta dolorosa.
Es complicado entenderle pero ¿y si es que estamos construyendo nuestra vida sobre un terreno pantanoso?, y claro, aquí en el Desierto como nos vamos a encontrar más próximos a este Dios que tanto nos ama, también nos va a hacer comprender aquello a lo que debemos de renunciar o tal vez aquello que debemos hacer y que aunque nos duela, es lo mejor para nosotros.
Para encontrar a Dios en su esencia, y así es como lo vamos a encontrar aquí, tenemos que estar preparados para que pueda destruir nuestras seguridades y para empezar una vida nueva en la que lo único seguro sea Dios; esto es algo que existe pero ¿estamos dispuestos para ello?
Piensa el cristiano de a pie, que al desierto se viene a sufrir, y es verdad, al desierto se viene a encontrarte con Dios, y para encontrarte con Dios, has de vaciarte de todas tus seguridades; cuesta dejarlas, pero que liberación es la que se conoce cuando se ejecuta, sólo la fe será la que nos guiará en estos momentos.
El amigo, que es Jesús, sólo tiene una misión, la de ayudarnos a vivir mejor, y a él, es al que vamos a conocer con mucha más profundidad durante nuestra estancia aquí.
Nosotros somos tan limitados que nos resistimos a hacerlo, pero si seguimos tratando con este amigo, sólo aparecerá en nuestra vida lo que es mejor para nosotros y será por lo tanto para nuestro bien.
Las vísperas, el silencio, la cena, tal vez un paseo nocturno, completan este precioso día en Batuecas mientras el amor tras haber seguido al amigo, campea a sus anchas y, tal vez una percepción maravillosa de la luna.
¿Será todo esto ya una degustación de lo que nos tiene guardado el amigo?
Emilio Luis López Torres, ocds