Justicia en el país del olvido

Edvard Munch, El niño enfermo 1886

Me ha impresionado siempre el lamento de ese enfermo grave que expresa su dolor en el salmo 87. Desde niño desgraciado y enfermo, lleno de miedos, abandonado de sus amigos. No parece sino que su vida ha sido un sinsentido y no ha merecido la pena. Así lo podría vivir un fiel judío, que veía en su salud la gracia salvadora de Dios. Pero si la vida es ante todo una expresión del amor de Dios que en ella se vuelca, hemos de tratar de descubrirlo a la luz del misterio de la Cruz. La visión tan cerrada del dolor como expiación, ha venido a poner en el mayor dolor la mayor capacidad de expiar. La Cruz del Señor sería ya el culmen de esa visión. Sin embargo, la visión del místico, como Juan de la Cruz, no pasa por ahí, entiende que la cruz es el camino por el que el hombre queda totalmente vacío de sí y abierto a Dios. El cuerpo totalmente necesitado, abandonado, viene a llenarse del amor de Dios y hacerse capaz de resucitar. Convertirse en el cuerpo espiritual, que traerá consigo el resucitar con Cristo. Por eso en la oración vine a intuir que llenar el cuerpo de amor, por ese tratamiento médico, por ese cuidado que como enfermos nos tomamos, es hacer posible también que en él se exprese la cruz y la salvación, no como expiación sufriente, sino como amor recibido en la necesidad y el abandono. Si hemos de amarnos a nosotros mismos para poder amar al prójimo, no cabe duda que ser persona encarnada en ese cuerpo dolorido, paciente, sin capacidad para hacer, pero si para ser paciente, nos hace no ser heroicos estoicos, sino creyentes en la resurrección que llena de vida y amor el cuerpo, incluso ya en su último momento que es la muerte. Si somos capaces de vivir el lamento del pobre salmista -al que hacía alusión al comenzar- desde esta visión,  tendremos la respuesta para tantos interrogantes como en su situación se le planteaban ¿Harás tu maravillas por los muertos? ¿se alzarán las sombras para darte gracias? ¿se anuncia en el sepulcro tu misericordia, o tu fidelidad en el reino de la muerte? ¿se conocen tus maravillas en la tiniebla, o tu justicia en el país del olvido?. Se trata ahora de abrirse al Espíritu de Dios, al Amor que desde nuestro propio espíritu acogerá ese cuerpo doliente y paciente para llenarlo de ese amor y cuidado que lo hará esperar gozoso la resurrección.

F. Brändle

Bien con libertad se ha de andar en este camino

Una de las joyas más preciosas del magisterio teresiano es, sin duda, su doctrina sobre la libertad. Santa Teresa utiliza esta palabra con más de un significado, pero aquí nos detenemos en lo que la Santa llama “libertad de espíritu”. El lector atento de los escritos teresianos percibirá la importancia que concede la autora al hecho de “andar en libertad en este camino”.

Teresa se queja muchas veces por verse culturalmente tullida en su condición de mujer. Muy representativas son sus palabras en las Sextas Moradas que nos parece justo transcribir: “Por otra parte, se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios; y si es mujer, se aflige del atamiento que le hace su natural porque no puede hacer esto, y ha gran envidia a los que tienen libertad para dar voces, publicando quién es este gran Dios de las Caballerías” (6M 6,3).

Entretanto, Teresa no reduce la lucha por la libertad a una cuestión social y cultural, sabe que esta cuestión tiene raíces más hondas. Para ella, la libertad es un valor inestimable, pero no es algo que se deba buscar en sí misma, es una libertad “para”. Buscarla en sí misma nos llevaría a ser esclavos de ella. Por esto es una libertad para algo mayor, como: colocar en las manos de Dios (V 22,2); “llegar almas a Dios” (V 30,21); hacer lo que el Señor pide (V 33,11); “tratar cosas de su alma” (CV 5,4); decir mi parecer (Ct 24,11), “dar voces, publicando quién es este gran Dios” (6M 6,3). La libertad teresiana es una condición imprescindible para amar y servir a Dios plenamente.

En la doctrina teresiana la libertad está ligada al desasimiento de todo lo creado. Cuando en el libro Camino de Perfección habla extensamente sobre el desasimiento (CV 9-13), evidencia que el más difícil es el desasimiento de sí mismo (CV 10,1). Quizá la libertad auténtica es aquella que nos libra de nosotros mismos, o sea, de nuestras tendencias egoístas y mezquinas. En este sentido se opone al concepto moderno que identifica la libertad con el hedonismo (el máximo de placer y el mínimo de dolor). Así Teresa, en su libertad de espíritu, exclama con mucho acierto: “Sea el Señor alabado, que me libró de mí” (V 23,1).

Fray Emmanuel María, ocd

¡Oh Cruz Fiel!

San Juan de la Cruz, litografía s.XIX, Museo de Ávila

¡Oh Cruz, fiel, árbol único en nobleza!

Jamás el bosque dio mejor tributo en hoja, en flor y en fruto.

¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!

Al mirar hoy la Cruz contemplamos a Jesús en su oblación de amor por nuestra salvación. Ella es para nosotros instrumento de Redención: “Tu Cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos, por el madero ha venido la alegría al mundo entero”. Jesús vino a dar pleno cumplimiento a la historia del pueblo de Israel y a nuestra historia. Jesús es aquel que desciende del cielo, el que conoce al Padre y que vive en íntima unión con Él: “El Padre y yo somos unos” (Jn 10,30). Jesús es el enviado del Padre para revelar el misterio de la salvación, el misterio del amor que se realiza con su muerte en la Cruz. De instrumento de muerte la Cruz se torna en instrumento de vida, porque de ella pende. Cantamos al que en la Cruz devuelve la esperanza de toda salvación, honor y gloria. Jesús crucificado es la suprema manifestación de la gloria de Dios. Por eso la cruz es signo de victoria, de salvación de amor. Todo lo que podemos entender con la palabra cruz: al sufrimiento, la injusticia, la persecución, la muerte, no se comprende si miramos con ojos humanos; pero con los ojos de la fe y el amor se entiende como medio de conformidad con Aquel que nos amó primero. Así el sufrimiento no es vivido como un fin en sí mismo, sino como participación en el misterio de Dios, camino que conduce a la salvación. Sólo cuando creemos en el crucificado nos podemos disponer a acoger el misterio de Dios que se encarna y da la vida por nosotros: “¡Salvador del mundo, sálvanos!, Tú que por tu Cruz y tu sangre nos redimiste, socórrenos, Dios nuestro”. 

Celebrar la fiesta de “La Exaltación de la Santa Cruz” es una invitación a crecer en la conciencia del amor de Dios Padre que no rehusó enviar a su Hijo, Jesucristo. Su Hijo que despojado de su esplendor divino se tornó semejante a los hombres, dio su vida en la Cruz por cada uno de los seres humanos: creyentes o no creyentes. La Cruz es el espejo en el cual, reflejada nuestra imagen, podemos encontrar el verdadero significado de la vida, la puerta de la esperanza, hogar de renovada comunión con Dios y con la Humanidad que sufre. 

Que contemplando hoy la Cruz del Redentor tengamos presente los muchos hermanos que en nuestro mundo sufren por causa del hambre, de la enfermedad, de la violencia, de la injusticia, de la droga, de la falta de acogida. Haz, Señor, que estos nuestros hermanos que sufren con las cruces de la vida puedan alcanzar por medio del sufrimiento la salvación que tú nos ofreces ¡Oh victoria de la Cruz y admirable signo de salvación! Haz que alcancemos tu triunfo en el cielo. Amén.  

Fr. Francisco Aurilio, ocd.

Fiel y Seguro

Me sorprendí esta mañana repitiendo en la oración: “Tus mandatos son fieles y seguros”. Me deje alcanzar por este verso del salmo 92. Sentí que nada me podía dar más seguridad que encontrar eso que Dios quiere para acertar con lo que me daría la verdadera vida.

La vida está llena de inseguridades cuando deseamos acertar desde nuestros criterios y modos de verla. Me llenaba de seguridad saber que si encontraba lo que Dios quería nada me podría arrebatar esta convicción, tan ajena a lo que comúnmente se siente. Y me volvió a golpear el que todo era posible porque en la fidelidad de Dios, que expresan sus mandatos, es decir su voluntad de encontrarme y darme vida, estaba la roca más firme en la que apoyarme. Nada de esto lo entendía por reflexiones o consideraciones, se me iba descubriendo en esa noticia con la que Dios va llenando la oración. Le di gracias, al tiempo que le pedía que cada uno de las mujeres y hombres que viven en el mundo pueda abrirse a esa seguridad.

F. Brändle