Preparar el camino al Señor Con Nuestra Señora del Monte Carmelo
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No siempre una traducción te puede desvelar lo
que encierra el corazón de quien se expresó en su lengua, y sin duda
moldeándola como un alfarero, para revelar lo más entrañable de su experiencia.
Sentí así que el salmista tendría que querer expresar algo grande cuando en
nuestra lengua se traduce pidiéndole al Señor que prolongue su misericordia
(Cfr. Sal 35,11), que la extienda, y ello con los que le reconocen. Me encontré
sumergido en esa misericordia, que no sólo conocía desde fuera, como venida de
regalo, sino que venía a conocerla de verdad, a hacerla realmente conocida,
cuando la experimentaba en toda su amplitud traspasando mi vida. Vivir en la
entrañable misericordia de Dios era experimentar de veras su salvación.
Cobraban sentido todas las profundas expresiones del salmo, acerca de la
fidelidad de Dios, de su justicia, de sus sentencias. Y, también, se comprendía
el profundo engaño de quien no se convierte al Señor, renunciando a ser sensato
y a obrar bien.
La vida alimentada con lo sabroso del manjar de Dios, la sed apagada con el torrente de sus delicias, nos hace capaces de descubrir la fuente viva y la luz que nos ilumina, Todo ello volvía a ser la mejor forma de experimentar la misericordia que se extiende y se prolonga, que abarca y envuelve, que es el ámbito de la verdadera vida humana. Vivir todo esto en la víspera de la celebración de Jesucristo Rey del Universo, invita a darle gracias por habernos pasado a este Reino de amor y misericordia, de vida y verdad.
“Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad” (Sal 85). Sí, quisiera humildemente pedirle al Señor que me enseñara su camino. Nadie como Él conoce el camino que ha trazado para mí. No es una imposición despótica la que se me ofrece cuando se me enseña ese camino, sino la única posibilidad de andar en verdad. Ahora entiendo lo que Santa Teresa escribe sobre la humildad. No podía ser el sometimiento de una criatura a su dueño y señor, porque no podía otra cosa. Era, por el contrario, la sencilla petición de quien desea ser enseñado por aquel de quien se siente amado. Descubro que esta es la mejor manera de rezar este salmo, abrirse a todo su contenido lleno de confianza. El es el mejor Maestro para mostrarme el sendero de la vida, que responde a ese camino que es el suyo, el que el trazó para mí. Me llena de alegría saber que camino por él. Que mi vida tiene sentido de eternidad, aún realizándose en el tiempo.
Me sorprendo buscando todo el contenido de una
frase del salmo 85, que me parece sumamente rica. “Protege mi vida, que soy un
fiel tuyo”. En un primer momento me parecía sencillo pensar que era una simple
súplica para que Dios velara por me vida. Pero sentí que algo mucho más grande
se encerraba en esta súplica. El misterio de mi vida no lo puedo custodiar yo
con mis solas fuerzas. En el sencillo abrirme a la presencia amorosa de Dios,
sentía que no era yo el custodio de mi vida, era Él mismo quien velaba por
ella, porque era su vida en mí la que protegía y guardaba, Él era el Dios fiel,
cuya fidelidad no tiene límite, que se me daba y ofrecía, el que se convertía
para mí en el Dios fiel capaz de hacerme sentir su vida en mí, que buscaba en
mí esa fidelidad desde la que pudiera clamar con toda confianza que fuera Él
quien protegiéndome custodiara su vida en mí.
Vivir de este modo aquella súplica, que no parecía encerrar algo tan grande, entendí que no podría ser fácil, que tendría que aceptar que mi modo de comprender mi vida se cerraba en lo que yo alcanzaba y esto era mucho más. Era aprender de los grandes místicos que estaba llamado a descubrir la grandeza de una vida llamada a la unión con Dios.