
Al entrar en el oratorio encontré un cuadro hermoso de San Juan de la Cruz, que le reproducía con un gesto hermoso, imponiendo silencio, y recordando que desde él se debe obrar, con ello me vinieron estas consideraciones
Nada más evocador a la hora de recordar a San Juan de la Cruz que recordarle como poeta, creador desde el silencio, el silencio de sentidos y razón, por ello sabemos que es sumamente sugerente recordar que en ese silencio vivió su vida inspiradora de sus poemas. Una vida enamorada, en búsqueda del Amado, se constituye en la fuente de inspiración de sus versos. Por ello quien se acerca a esas obras maestras de la poesía se acerca al mismo San Juan de la Cruz, que en ellas refleja lo más hondo de su propia biografía.
Como poeta sin igual utiliza los vocablos de la lengua, como místico enamorado hace de ellos el barro con el que moldear la más bella obra de arte. Cuándo uno se decide leer a San Juan de la cruz ha de partir de este presupuesto: Vengo a descubrir la vida de un enamorado, que la quiere compartir conmigo al regalarme sus versos. Y es con ellos como uno debe emprender la aventura de hacerse su discípulo y lector, Sin este trato cordial, personalizado, nunca llegaremos a valorar sus obras escritas que no son otra cosa que declaraciones, es decir poner a la luz, lo que sus versos encierran. Nunca pensemos que esas joyas necesitan de explicación, sólo son entendidas si dejadas nuestras percepciones sensibles, que hablan de dificultades y complicaciones, descubrimos la luz que encierran en la sencillez de una propuesta de amor, el Dios al hombre y el del hombre a Dios.
F. Brändle