No se puede vivir sin vivir para algo

No se puede vivir sin vivir para algo, que al menos a los propios ojos, sea valioso, singular, bello…

San Juan Bautista, Andrea del Sarto 1515 Chiostro dello Scalzo, Florencia

En la tradición monástica, Juan Bautista aparece como un ejemplo de «hombre de Dios». El Evangelio de Juan presenta a Juan Bautista como un testigo que señala a Jesucristo, el hijo amado del Padre. No se señala a sí mismo, sino que enseña a sus discípulos a reconocer y seguir al Maestro.

Fijaos en la actitud de estos dos discípulos de Juan Bautista: uno se llamaba Andrés y el otro Juan. Son personas que buscan. Toda búsqueda es consecuencia de algo que falta, de un cierto descontento o de una inquietud interior. La búsqueda es una actitud de quien aún no está plenamente satisfecho. La pregunta de Jesús: ¿qué buscáis? debe ser tomada como una pregunta antropológico-existencial, una pregunta profunda. Es una pregunta sobre el horizonte, sobre nuestro destino. Como decía el Padre Santiago Guerra en el libro Reflexiones sobre el Principito: “no se puede vivir sin vivir para algo, que al menos a los propios ojos, sea valioso, singular, bello”. ¡Veamos el itinerario recorrido por Juan y Andrés en esta búsqueda!

El Evangelio nos dice que eran discípulos de Juan Bautista y que escuchando las palabras de Juan – “este es el cordero de Dios” – fueron al encuentro de Jesús. Aquí emerge el tema del guía, de aquella persona sensata, experimentada y sabia que puede ayudarnos en el camino. Sabemos que este es un aspecto muy presente en nuestros santos; tanto en Santa Teresa como en San Juan de la Cruz es un tema recurrente. La verdad es que no se puede caminar solo, precisamos de una alteridad, sobre todo para sacarnos del engaño en que nuestro amor propio nos mete. La alteridad me saca de mí mismo y me hace percibir elementos que me eran obscuros.

Necesitamos de guías como Juan Bautista. Él no retiene los discípulos para sí, no les ata afectivamente para que dependan de él. ¡Los deja libres! Juan sabe bien dónde empieza y dónde termina su misión. Él no es la luz, pero ha venido para dar testimonio de la luz (Jn 1, 8). Por eso, al igual que el amigo del esposo se alegra porque oye la voz del esposo, él se alegra al ver a Jesús emprender su misión evangelizadora.

Fray Emmanuel María ocd

Dame Vida

El otro día leía en el salmo 118, un versículo que me recogió en oración. «Señor, dame vida con tu promesa». Me acordé de Santa Teresa, Ella estaba tan cierta de que lo que el Señor le había prometido se lo daría que ya lo disfrutaba como si lo tuviera. No lo viví así. Cierto es que sus palabras son ciertas y verdaderas, también cuando me hablan de un futuro. Pero aquí, aunque era promesa, se hacía presente, porque su promesa había de darme ya vida. Poco a poco me envolvía en la petición: dame vida. Y la vida se hacía algo nuevo y distinto de lo que yo podía entender por vida. No era salud, ni éxito en los proyectos, era VIDA, La gracia de vivir desde su promesa rompía los moldes de mi cotidiano y simple vivir, para poder descubrir lo que es mi verdadera vida. Su promesa, la que me daba vida, se tornaba en esa Palabra única de Dios en la que todo me lo decía. Era, una vez más, desde mi fe cristiana descubrir el valor de Jesús en mi vida.

F. Brändle

Paz y Justicia

“Que los montes traigan paz, y los collados justicia”  (Sal  71). Cuando leía estos versos pensaba que era una bella petición que tendría que saber descubrir en su sentido más genuino, el del lenguaje del espíritu, que tanto nos cuesta aprender. Repetía una y otra vez: “que los montes traigan paz y los collados justicia”. Recordaba que San Juan de la Cruz había usado estos dos símbolos: monte y collado, como lugares donde verse en la hermosura de Dios. Intuía en el silencio de la oración, de esa noticia amorosa de Dios en la que venir a vivir su presencia en el mundo, lo que importa llegar a una verdadera paz despertando los valores religiosos en la humanidad. Fomentando ese encuentro con el Dios vivo en el corazón de los hombres, abriendo caminos de verdadera contemplación para todos. La montaña símbolo de la presencia asombrosa de Dios en la vida de los hombres sería el dador de la verdadera paz.

Junto a esta intuición la del verso siguiente también se me hizo presente: la verdadera justicia llegará cuando en el corazón de la humanidad anide la salvación, el sentirse plenamente realizado todo hombre que llega a este mundo. Mi encuentro se hizo también vivo con todo ser humano que habita, habitó o habitará en este mundo. Formábamos esa unidad salvada, justificada que se simbolizaba en el collado. La contemplación del verdadero Dios y el verdadero hombre sería la meta a alcanzar expresada en esos dos términos, la paz y la justicia. Y seguí repitiendo: “Que los montes traigan paz, y los collados justicia”.  Espero que desde esta intuición el Señor me haga más comprometido en la búsqueda de los caminos que la hagan posible.

F. Brändle

EL REGALO QUE YO QUIERO

Reyes Magos, Leonardo da Vinci, 1480-1482 Galería Uffizi, Florencia

Hoy, día de Reyes, queremos compartir con vosotros unos versos de Gloria Fuertes que muchos ya conocerán, pero que nos han ayudado a vivir este día en el silencio y la contemplación que se alcanzan en una vida sencilla, lo que ya se ha dado en llamar: la simplicidad de la vida:

EL REGALO QUE YO QUIERO

Yo no deseo un regalo

Que se compre con dinero.

He de pedir a los Reyes

Algo que aquí no tengo:

Pido dones de alegría

Y la canción del jilguero,

Y la flor de la esperanza

Y una fe que venza el miedo.

Pido un corazón muy grande

Para amar al mundo entero.

Yo pido a los Reyes Magos

Las cosas que hay en el cielo:

Un vestido de ternura,

Una cascada de besos,

La hermosura de los ángeles,

Sus villancicos y versos

Y una sonrisa del Niño,

El regalo que yo quiero

Un nuevo año para vivir un tiempo de gracia

La noche de fin de año los que nos encontramos en este lugar de Batuecas hemos querido vivirla en el silencio y la armonía que este lugar nos brindaba. Nos reunimos a las once y media en el oratorio, con el deseo de experimentar no solo la llegada de un nuevo año solar, sino la visita del sol que nace de lo alto celebrando el 2020 año de su llegada.

Buscábamos algo distinto, algo más, algo mejor, al celebrar su visita de lo alto, Buscábamos descubrir que con ello El se convertía en nuestra heredad. Y nuestra suerte estaba en sus manos. El salmo 15, leído con detención, nos lo venía a recordar. Sentimos que no necesitábamos desearnos nada más, los bienes de la tierra ya no nos satisfacían, porque “nuestra suerte”, nuestro futuro estaba en sus manos. Una suerte que no era ya un azar, ni una superstición, estaba en sus manos, y nada que no dependiera de ellas iba a sucedernos.

Nos daba paz, nos daba seguridad, pero no la confundíamos con que todo nos iba a salir bien. Sentíamos en el silencio de la noche, en la hondura de nuestro ser que no nos conformábamos con menos que con Dios mismo, creído, vivido y asimilado en la esperanza de que cada día nuestro corazón se llenaría de su bondad para entregarla a los demás. Nuestra vida lejos de alejarse del mundo se encarnaría afrontando cualquier eventualidad. Dios sería esa felicidad deseada porque era en sus dones espléndido. Descubrimos en la entraña de la noche, que nada podía ser comparable a la dicha de estar en sus manos. Era nuestra el lote de nuestra herencia para cada día del año. ¿Qué más se puede desear para un nuevo año?, Sí, que El sea el Dios en el que nos encontrarnos para ser colmados de El.

F. Brändle