
La noche de fin de año los que nos encontramos en este lugar de Batuecas hemos querido vivirla en el silencio y la armonía que este lugar nos brindaba. Nos reunimos a las once y media en el oratorio, con el deseo de experimentar no solo la llegada de un nuevo año solar, sino la visita del sol que nace de lo alto celebrando el 2020 año de su llegada.
Buscábamos algo distinto, algo más, algo mejor, al celebrar su visita de lo alto, Buscábamos descubrir que con ello El se convertía en nuestra heredad. Y nuestra suerte estaba en sus manos. El salmo 15, leído con detención, nos lo venía a recordar. Sentimos que no necesitábamos desearnos nada más, los bienes de la tierra ya no nos satisfacían, porque “nuestra suerte”, nuestro futuro estaba en sus manos. Una suerte que no era ya un azar, ni una superstición, estaba en sus manos, y nada que no dependiera de ellas iba a sucedernos.
Nos daba paz, nos daba seguridad, pero no la confundíamos con que todo nos iba a salir bien. Sentíamos en el silencio de la noche, en la hondura de nuestro ser que no nos conformábamos con menos que con Dios mismo, creído, vivido y asimilado en la esperanza de que cada día nuestro corazón se llenaría de su bondad para entregarla a los demás. Nuestra vida lejos de alejarse del mundo se encarnaría afrontando cualquier eventualidad. Dios sería esa felicidad deseada porque era en sus dones espléndido. Descubrimos en la entraña de la noche, que nada podía ser comparable a la dicha de estar en sus manos. Era nuestra el lote de nuestra herencia para cada día del año. ¿Qué más se puede desear para un nuevo año?, Sí, que El sea el Dios en el que nos encontrarnos para ser colmados de El.
F. Brändle
