Espíritu

¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad” (1Jn 5,6). Este versículo de la primera carta de San Juan, me ha envuelto durante esta semana que nos preparábamos para celebrar la fiesta de Pentecostés, la fiesta del Espíritu Santo. Agua, sangre, Espíritu. Tres realidades, que me llevan a descubrir la vida, que si la escribimos con mayúscula es la Vida de Jesús. En Él, así lo testimonia el Espíritu, está la fuente de agua viva, la sangre que se derrama por nosotros. Cuando me acercó a Jesús, siento su aliento de vida como agua que riega tantas realidades sedientas que encuentro en mi vida. Pero no sólo eso, su vida se me hace don maravilloso que se me da. Es la sangre entregada que se derrama, y me alcanza en mi pobreza para llenarme de su inmensa riqueza. Y lo que en todo esto se encierra lo expresa la gran fiesta que celebramos, se nos entrega el Espíritu. La vida de Jesús se hace Espíritu de vida para cada uno de nosotros. Es el Espíritu el verdadero testigo de Jesús, porque en Él se expresa lo que realmente es Jesús, el misterio de Dios entregado, que se encarna. Nuestra verdadera vida está amenazada por el mundo. No es fácil vencer los modos y maneras de vida inauténtica que puede ofrecernos nuestro propio egoísmo, que sería la visión de la vida que nos propone el mundo. Salir de nuestro egoísmo y entrar en la verdadera vida, es descubrirla en Jesús, con el testimonio del Espíritu. Jesús lo envía desde el Padre, pero si no nos abrimos a él, no descubriremos la verdad de Jesús, fuente de la verdadera vida, amor que se entrega de veras, sólo se descubren en Jesús, porque es quien vino con agua y con sangre,  si el Espíritu nos lo muestra. Es el Espíritu el que me lleva a creer en Jesús y vencer el mundo, que no es juzgar al mundo, sino abrir desde mi vida los caminos que puedan salvar al mundo.

F. Brändle

Meta

“De la salida del sol hasta el ocaso, alabado sea el nombre del Señor” (Sal 112). Sabía que esta manera de expresarse del salmista hacía alusión a la totalidad de la tierra. Su visión pasaba por esa concepción de una tierra plana. Al repetir una y otra vez este pensamiento, pasé del pensamiento del salmista, a una consideración más honda que me acercó a la celebración de la Ascensión. En ella “toda la tierra”, no es ya la visión cósmica, sensible, que abarca los pueblos que habitan nuestra tierra de un extremo a otro, sino la totalidad de la creación, que asumida en Cristo llegará a su plenitud. Desde el comienzo de la creación hasta este momento de plenitud, es el hoy, el ahora de la historia que vivimos. Y seguí dejando que el Espíritu me metiera en la hondura de la frase, la salida del sol, es ese comienzo en que todo despierta las cosas se van llenando de luz y amor, que será la razón de su ser y su vida, y así durante el hoy de cada día, de la historia, pero lo más hermoso se nos revela al final. Sí, al final, ese amor lo examinará todo, lo purificará, lo asumirá, como se asumió el cuerpo de Cristo resucitado, en esa vida de amor, a la derecha del Padre. La creación, que despertó al comienzo del día, pasado éste se convertirá en plena alabanza del Señor, porque el sol en su ocaso lo purificará todo. Bello es asociar este pensamiento, al ser examinados a la tarde la vida en el amor, mejor, por el amor, que hará posible, como lo  hace el sol de la tarde que todas las cosas se vean limpias, sin defectos, totalmente envueltas en la luz del ocaso que ya es sólo luz, sólo amor. Esa es nuestra meta. Es lo que nos recuerda la fiesta que celebramos: La Ascensión del Señor, que nos anticipa ese final gozoso.

F.Brändle

dame vida

Al recitar esta mañana el salmo 118,145-152, me quedé deseando se hiciera verdad en mí lo que le pedía el salmista. “con tus mandamientos dame vida”. Me preguntaba qué vida le pido al Señor. Y comencé a darme cuenta de que no era tan fácil definirla. Con lo cual empecé a pedirle que me hiciera comprender el misterio que encierra la vida que le pedía. No podía seguir viviendo de modo tan inconsciente la vida que se me regala cuando nace y brota del querer de Dios. Y así fui cayendo en la cuenta que si le pedía que sus mandamientos me dieran vida, no podía reducirlo a cumplir unas leyes con las que mi conciencia estuviera tranquila, sin saber descubrir nada más allá que una conciencia en paz. Si de verdad aspiraba a gozar de la vida que Dios me da con sus mandamientos tenía que abrirme al gozo y la alegría que supone el don de la vida. Tenía que descubrir los inmensos tesoros que encierra. Sólo así mi petición cobraría todo su sentido: “con tus mandamientos dame vida”. Con este don me adentraría en lo que es la vida en la inmensidad de este mundo que habito y esta historia que me sostiene. Saldría de mis intereses mezquinos y egoístas para descubrir la comunión con todo lo que encierra el querer de Dios. Di inmensas gracias a Dios por esa vida que sus mandamientos, su voluntad, me regala.

F. Brändle

El Saber

“Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco” (Sal 138,6). Me quedé abierto a este saber del que me hablaba el salmista, comprendí que surgía de su interior, y se sentía abarcado por el conocimiento que Dios tenía de él. En cierta manera compartía su visión. Pero en ese no saber qué es el “saber” de Dios, y orando en medio de la situación que nos toca vivir, me pareció inútil toda pregunta sobre ello dirigida al saber de Dios, concebido como un saberlo todo que habría de dar explicación a lo que nos está sucediendo. El saber de Dios me sobrepasa, pero no porque sabe más, o porque lo sabe todo, sino porque su saber no lo abarco, no entra en mi capacidad de conocer, por eso entendí que no podía pedirle explicaciones a Dios sobre la pandemia que padecemos, y menos juzgar las actuaciones que se van tomando, unas más acertadas, otras menos, desde comportamientos nacidos de ideologías, en unos casos, en datos de ciencia en otros, y siempre buscando tener razón desde ese conocer limitado del hombre.  Si Dios inspira, para actuar, sólo puede ser a favor de los más débiles, los más afectados.

Así lo hizo Jesús, que pasó haciendo el bien. En su vida sólo cabe ese actuar nacido de aquel saber de Dios que nos sobrepasa. Por eso en Él encontramos asumida toda la creación, en su misma debilidad, al asumir la debilidad del hombre. En el misterio de Cristo, en el misterio de la encarnación, se descubre a Dios todo amor, abarcando en su amor, que eso es su conocer, la creación entera, también las situaciones como las que nos encontramos. No lo abarco, porque es sublime, y se me manifiesta al descubrir en estos acontecimientos de la creación y de la historia una esperanza que me permite abrir las puertas a una victoria aquí, por la superación de la enfermedad, más allá por la resurrección, y siempre por la fuerza del Espíritu de Dios.

F. Brändle