
“De la salida del sol hasta el ocaso, alabado sea el nombre del Señor” (Sal 112). Sabía que esta manera de expresarse del salmista hacía alusión a la totalidad de la tierra. Su visión pasaba por esa concepción de una tierra plana. Al repetir una y otra vez este pensamiento, pasé del pensamiento del salmista, a una consideración más honda que me acercó a la celebración de la Ascensión. En ella “toda la tierra”, no es ya la visión cósmica, sensible, que abarca los pueblos que habitan nuestra tierra de un extremo a otro, sino la totalidad de la creación, que asumida en Cristo llegará a su plenitud. Desde el comienzo de la creación hasta este momento de plenitud, es el hoy, el ahora de la historia que vivimos. Y seguí dejando que el Espíritu me metiera en la hondura de la frase, la salida del sol, es ese comienzo en que todo despierta las cosas se van llenando de luz y amor, que será la razón de su ser y su vida, y así durante el hoy de cada día, de la historia, pero lo más hermoso se nos revela al final. Sí, al final, ese amor lo examinará todo, lo purificará, lo asumirá, como se asumió el cuerpo de Cristo resucitado, en esa vida de amor, a la derecha del Padre. La creación, que despertó al comienzo del día, pasado éste se convertirá en plena alabanza del Señor, porque el sol en su ocaso lo purificará todo. Bello es asociar este pensamiento, al ser examinados a la tarde la vida en el amor, mejor, por el amor, que hará posible, como lo hace el sol de la tarde que todas las cosas se vean limpias, sin defectos, totalmente envueltas en la luz del ocaso que ya es sólo luz, sólo amor. Esa es nuestra meta. Es lo que nos recuerda la fiesta que celebramos: La Ascensión del Señor, que nos anticipa ese final gozoso.
F.Brändle