Santísima Trinidad

Santísima Trinidad, Andrei Rublev, 1410

“A Tí, gloria y alabanza por los siglos”. Me preguntaba: ¿Cómo vivir esta exclamación, tan propia del día en que celebramos el misterio de la Santísima Trinidad? No puede referirse a una pura exclamación de los labios, había que llenarla de contenido. Lo hacemos cierto en la liturgia, que quiere vivir lo que la exclamación encierra. Y sería el culmen de algo que ha de encerrarse en la vida de cada día. Mi vida hecha vida de Dios, no tiene otro camino que descubrir como hacerse teologal. Recordé lo que todos sabemos, tres son las virtudes que llamamos teologales. Porque sólo se pueden vivir con esa referencia directa a Dios, y las fui repasando. Vivir desde la fe, es llegar con la Sabiduría de Dios, la del Hijo, a descubrirlo todo en ese proyecto de Dios, que he de encarnar viviendo de fe todos los acontecimientos. Jesús, el Hijo, se me hacía cercano. Vivir desde el amor, es dejar de poner el yo como centro de mi actuar, de mi voluntad, y dejar que sea un amor totalmente gratuito, que nace del fondo, allí donde yo no alcanzo, pero está la fuente de la vida, que es el Espíritu. Finalmente, vivir desde la esperanza, es llegar a representarme la realidad, no desde lo que simplemente ve mi pobre entender, sino abierta a una promesa que no es premio, sino realidad bien fundada, más allá de mí mismo, en el origen y fin del universo, el Padre, que es todo Amor. En esa apertura constante que me posibilitan las virtudes teologales, entendí que mi Dios, el Dios de Nuestro Señor Jesucristo, es un misterio de relación personal, donde la persona, por ser más de lo que yo puedo entender, me abarca y me abraza, sin poder yo encerrarla en lo que llego a entender, sino es por ese amor con el que puedo exclamar: “A Ti, gloria y alabanza por los siglos”.

F. Brändle