O TODO O NADA


A veces siento ahí fuera, en el mundo, que hay miedo a la radicalidad. Es verdad que «los radicales» a veces son intolerantes, son violentos, son exclusivistas…


Pero entiendo que hay otra cara de la radicalidad mucho más profunda, mucho más sana, mucho más humanizante. La radicalidad de la buena, disipa a veces esa eterna duda enfermiza que impide tomar decisiones que hacen cimientos de vida. Genera asertividad que ayuda a andar con paso firme, sin titubear. Fortalece el alma frente a las inclemencias de un mundo relativista que cambia a toque de modas y tendencias. Ser radical también es signo de buena salud, de esperanza, de hermosos proyectos que construyen un mundo nuevo y en continuidad creativa. Las nadas de San Juan de la Cruz me hacen buscar este tipo de radicalidad evangélica.


En estos días, he sentido de nuevo la llamada permanente de Jesús. Mi corazón quiere responderle siempre sí. Mi mente descubre tres razones contundentes para dejarlo todo y seguir al Maestro:
• ya no tengo nada importante que perder,
• pero aún tengo todo por perder,
• porque puedo perder al Todo.
Definitivamente, mi corazón tiene aún sed juvenil de radicalidad. Las canas dan experiencia, pero la juventud da coraje y arrojo. Señor, conserva la frescura de mi corazón sediento, aunque mi cuerpo flaquee.

Fray Bernabé de San José