
El domingo primero de Septiembre, estando de retiro espiritual con un grupo, los Padres Carmelitas me invitaron a presidir la Eucaristía en el templo del Desierto de san José de Las Batuecas. Ese díael evangelio nos regalaba unas palabras luminosas: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Estábamos allí, reunidos en el nombre del Señor, la comunidad contemplativa del valle, los huéspedes del monasterio y algunos turistas a los que se les permite acceder al recinto y participar en la misa. Se palpaba en el ambiente que la palabra del Señor es verdadera. Bastó un toque de silencio para tomar conciencia de que Dios estaba en medio nosotros. A pesar de la distancia social y las mascarillas que impone el momento, se podía sentir la unidad de todos en el mismo amor.
La liturgia de la palabra insistía ese domingo en la corrección fraterna. Es tarea profética, dura y difícil la de poner al otro frente a su pecado. “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo a solas. Si te hace caso has salvado a tu hermano”. Corregir no es afear la conducta, es acompañar en el discernimiento espiritual, valorar si una vida es adecuada a los planes de Dios. Eso sí, todo se ha de hacer con mucha humildad y amor. “El amor no hace daño”, decía san Pablo en la segunda lectura.
¿Cómo ejerce una comunidad contemplativa la corrección fraterna?, me pregunto. No me refiero ahora a la vida interna de la comunidad, corrección entre los monjes, sino en relación al mundo. La respuesta a esa pregunta se me antoja simple: una comunidad contemplativa reprende y corrige al mundo siendo ella misma sociedad de contraste, punto de referencia de valores sociales. “No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte”, y tampoco se oculta al mundo una comunidad luminosa. Con la sola presencia de los monjes el valle se hace luz divina y profética.
Luz divina y profética. Aunque hay quienes se empeñan en negarlo, mística y profecía van unidas; no puede haber profetas sin experiencia mística, ni místicos verdaderos que no sean profetas. La sola presencia de una comunidad monástica es signo profético en medio del mundo. Con su vida centrada en Dios, su amor a los hermanos de comunidad y sus brazos abiertos a huéspedes y visitantes, los monjes anuncian en silencio y desde el silencio que el Reino de Dios está aquí, en medio del mundo, que Dios está ahí donde te encuentras con ellos.
¿Qué buscamos en Batuecas los que acudimos al lugar? De un modo más o menos consciente todos buscamos a Dios y ahí se nos da la oportunidad de conocerlo. El entorno paradisíaco, la cercanía anónima de quienes se ejercitan contigo en el silencio, la presencia orante y servicial de los monjes, que como la figura del Amado en el Cántico de san Juan de la Cruz, visten de hermosura el lugar. Si cierras los ojos percibes que son ciertas las palabras de Saint Exupèry: “Lo más hermoso del desierto es que en algún lugar oculta un pozo”. En este caso el pozo es el monasterio y todo lo que significa la vida monástica; de este pozo mana el Agua pura.
La sola presencia de la Comunidad, “sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz”, pregona la Presencia del Misterio en Batuecas. Y no sólo anuncia el amor de Dios, también ejerce con ternura y suavidad la misión profética de denuncia. La existencia de un espacio de bondad compartida es ya una llamada a la conversión. El hecho de poder ver con tus ojos una comunidad fraterna basada en la práctica de la acogida incondicional, la sencillez de vida y la fascinación por la belleza del Reino de Dios, pone en evidencia la desorientación de un mundo caracterizado por el narcisismo y el culto a la productividad, de una humanidad que vive con prisas por llegar a ninguna parte y se aferra a una libertad engañosa que hace del “me apetece” una jaula de oro.
A las comunidades contemplativas se les suele acusar de inacción, de ser poco prácticas, de no servir para nada. En un contexto social donde se idolatra el “hacer”, es difícil lograr ver que la verdad está en el “ser”. Lo verdaderamente importante no es lo que hago sino lo que soy. ¡Cuántos hermanos vienen a este monasterio para encontrar su propio ser! Aquí hallan el ambiente adecuado para hacer un viaje interior hacia su propia identidad.
Batuecas y su comunidad contemplativa son un sacramento, un signo y lugar de encuentro humano y divino; a pesar de estar físicamente en una hondonada es una ciudad colocada en lo alto de un monte. (Mt 5,14); desde la cima espiritual que es, alumbra a quienes en la noche le tienen como punto de referencia para no perderse en el camino. Atraídos por el desierto, personas con diferentes sensibilidades se acercan a esta ciudad esperando encontrarse a sí mismas. En el aire limpio, las aguas claras y los bosques frondosos no es difícil a cada uno descubrir su ser natural, su centro y su sitio en el mundo. Aquí es fácil sentir la mirada de Dios deleitándose en ti, deleitándote en Él y sosteniéndote en la noche.
¡Doy gracias a Dios y doy gracias a la comunidad de Batuecas! Gracias porque entre vosotros se respira Espíritu; sois profetas en un desierto que anuncia la llegada de algo nuevo, presencia y mirada del Amado para cuantos se acercan buscando un cambio en sus vidas. Sólo con estar aquí gritáis a todos que otro mundo es posible. El hecho de que tantos vuelvan una y otra vez al lugar es signo de que estáis en el buen camino. Gracias.
Casto Acedo. Sacerdote. Mérida (Badajoz)