alzaré las manos invocándote

San Jerónimo, Rembrandt, tinta sobre papel

“Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote”. (Sal 62). Ante estas palabras del salmo quise vivir mi oración, descubriendo, o mejor, dejando que se me diera a conocer lo que encierra tan buen propósito. La totalidad de mi vida no la descubrí en su sentido temporal, un día tras otro, sino en la plenitud de sus dimensiones. Todo mi vivir querría que se tradujera en bendición de Dios. No lo entendía como muchos actos de ofrecimiento, sino un solo deseo: “todo mi vivir” estaría en Dios, sólo tendría un motor: su vida en mí. Algo se me hacía cada vez más claro que sólo así, en El, por Él podría decir: “toda mi vida te bendeciré”. Alzar las manos, no era un simple gesto de invocación, era más. Querría que cuánto pedía fuera al mismo tiempo entrega, nada de lo que mis manos pudieran pedir estaría fuera del ámbito divino en el que se hiciera amor y entrega. Descubrir la vida humana, mi vida como verdadero hombre, totalmente vivida en Dios, vino a ser el término de la oración, repitiendo estas palabras del salmo. Si celebramos el nacimiento de Dios como hombre, hemos de celebrar también el nacimiento del hombre en Dios.

F. Brändle

El justo crecerá

“El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano” (Sal 91). Al recitar estos versos, me sentí muy cerca del Santo que este año vamos a recordar de modo singular: San José. Me parecía ver que su altura iba poco a poco destacándose en la historia de su devoción, y que ahora ya esta palmera se va haciendo visible en toda la iglesia. Que aquella intuición de Santa Teresa, de la grandeza de este Santo, está alcanzando su medida, aunque aún quede mucho por descubrir, sobre todo desde su misión tan singular, siempre mediatizada, por quererla comparar con la de María, cuando son únicas e incomparables, como todo lo divino, aún en el menor de los hombres. Si el Verbo se hizo carne, el Verbo entró también en la historia, y aquí juega un papel singular San José. Así también su inmensidad le hacia alzarse como cedro que todo lo llena. La presencia de Dios por la historia en Jesús, se hizo ya para siempre (Mt 28,20), y sin duda que ha sido la gran misión de San José, abrir esta puerta a Dios en la historia, es así ese Padre de Dios, que viene a nuestra historia, el justo y bendito que podemos venerar como el patriarca de la humanidad.

F. Brändle

Tú, Señor, estas cerca

Al leer esta mañana este versículo del Salmo: “Tú, Señor, estás cerca”, me vi envuelto en esa realidad que estamos celebrando: el “Adviento”, y, sin dejar de seguir en esta espera del Señor cercano, lo uní al verso siguiente: “todos tus mandatos son estables” (Sal 118,150). Con ello se me fue haciendo claro que la venida cercana, el sentirlo cerca, es una manera de celebrar su cercanía entrando en mi vida a través de la estabilidad que me dan sus mandamientos. Los Padres de la Iglesia ya habían hablado de esta venida a nuestras vidas, pero con este verso se me hacía más encarnada, se me hacía más palpable. Poco a poco fue abriéndose camino la idea de que nada podría dar estabilidad a mi vida que no fuera algo que tuviera fundamento, y esto no podía ser otra cosa que el proyecto de Dios sobre mí. No se trataba de hacer un concienzudo examen de conciencia sobre los mandamientos, sino de hacerlos vida desde el proyecto de Dios para mí. El descubrir su verdadera estabilidad porque se sustentan en el amor que Él nos tiene, y no deja de mostrarlo. Aunque sea a nuestras espaldas, el está ahí, para que cuando corramos el riesgo de desviarnos a derecha o izquierda, nuestros oídos oigan esa voz que nos indica: “este es el camino” (Is 30,19-21). Y con esa certeza, nos vendrá también la fuerza para poderlo hacer. Este será también para nosotros un verdadero Adviento, descubrir más y mejor que: “Tú, Señor, estas cerca”.

F. Brändle