“Dios me saca de las garras del abismo y me lleva consigo” (Sal 48) Quedé gratamente sorprendido al leer estos versos del Salmo; me propuse que fueran el alimento de mi oración. Seguro que repetirlos me haría bien. Así fue. El abismo es mi propia vida cuando por las circunstancias se va dejando envolver en el pesimismo y el desaliento, porque lo que pude buscar en mi vida era más la realización de mis proyectos que lo que Dios había proyectado para mí. No se trataba de un despojamiento frente al poderoso y más fuerte, sino frente al que más me amaba. Más que yo a mí mismo me ama Dios. Por eso si libra mi vida de ese abismo que a modo de garras me sujeta, y me hace cerrarme en mi propio egoísmo, es para llevarme al campo de libertad donde encontrarme con Él, y como consecuencia con los demás de modo muy distinto. Por eso el aparente fracaso de muchas obras buenas emprendidas, no es porque Dios no las quería, sino que para llevarlas a cabo habría que pasar incluso por el oscuro túnel, el abismo, de desprenderme de lo que en ellas hubiera de egoísmo, y perdonar, que no es fácil, tantos obstáculos que para el bien se ponen por parte de los que nos rodean. Sólo así las obras acaban siendo obras asociadas a la cruz de Cristo, la obra mayor que se ha podido hacer porque en ella todo fue amor y abandono en las manos de Dios, que saca mi vida de las garras del abismo, hasta vivir la plena resurrección, porque me lleva con Él.
F. Brändle