Fray Miguel Gutiérrez, misionero: «El Carmelita tiene que ser cien por cien misionero y cien por cien contemplativo»

Artículo sobre el Padre Miguel Gutiérrez OCD

por Alfonso del Río, RELIGIÓN DIGITAL

https://www.religiondigital.org/hojas_al_viento/Carmelita-cien-misionero-contemplativo-africa-fraile_7_2317338247.htm

«Lo más alegre ha sido construir una iglesia, un colegio o un centro de salud, dar agua a la gente, darles luz eléctrica»

«Cuando se tiene amor a Cristo y a su iglesia todo sacrificio es dulce»

«Mi principal tarea hoy día consiste en pedir para hacer hombres interiores en Africa y en todas partes»

«En 1970 los Carmelitas Descalzos éramos 36 en toda Africa. Hoy día son más de 600 en 23 naciones. Y así todas las Congregaciones»

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espíritu de infancia

Virgen con el Niño, Rafaello Sanzio, dibujo con mina de plata

Al leer el Sal 31 uno se llena de esa confianza que envuelve al fiel israelita. La misericordia de Dios le desborda, le llena de alegría y de cantos de liberación. Pero lo que me llamó la atención es que en medio del salmo hay un párrafo que parece brotar de esas entrañas misericordiosas de Dios que ha experimentado el salmista. No somos nosotros quienes encontramos el camino del arrepentimiento que nos lleva a Dios. Algo mejor está sucediendo en el acercarse a Dios. Dios mismo se va desvelando como el que nos instruye y nos va señalando el camino a seguir, porque ha fijado su mirada en nosotros. Necesitamos descubrir esa mirada, y dejarnos alcanzar por su sabiduría. Si llegamos a ello, no hay duda, al fijar sus ojos en nosotros no podrá ver más que aquel niño que juega ante sus ojos para alegrar su corazón. No es fácil dejarnos enseñar así por Dios. Pero lo que canta el libro de la Sabiduría se ha de hacer verdad. Encarnar la sabiduría de Dios es venir a identificarnos con aquella Sabiduría que jugaba como niño ante el Padre. Ese espíritu de infancia, que no es infantilismo, nos permite descubrir al Dios Padre misericordioso que vino a mostrarnos Jesús.

F. Brändle

“Que cumpla el deseo de tu corazón” (Sal 19)

Me sorprendí rezando con sencillez este versículo por lo que empecé a descubrir en él. Sin necesidad de acudir a comentario alguno, vi claro que se trataba de una intercesión hecha por el salmista, por el orante al Dios de Israel para que cumpliera los deseos del corazón de su rey. Lo que me sorprendió admirándome es: que si, como es verdad para mí, el rey, mesías ungido de Israel, era Jesús, estaba pidiendo que se cumplieran los deseos de su corazón, los que Jesús abrigaba y que me sobrepasaban. Me llenó de entusiasmo estar pidiendo al Padre lo que yo mismo no era capaz de conocer pero que Él conocía bien, pues había mandado a su Hijo para realizar esa misión. Lo que aún me abría más a la presencia de Dios y a sentirme envuelto por ella al poner en mis labios estas palabras del salmo, era que contaba con mi pobre oración para llevar a cabo sus planes. Más aún, que su proyecto estaba también en nuestras manos, que nos había dejado a los hombres esa capacidad de compartirlo y llevarlo a término. No se trataba de pedir a Dios lo que nuestros deseos, mis deseos, siempre mezquinos nos impelen a pedir, sino de abrirnos a su proyecto y pedir sin más que se cumplan los deseos que Jesús encierra en su corazón. Los que  se convierten en salvación para todos, y que han de ser al fin los verdaderos deseos que han de salir de mi corazón. Pedía que me purificara de modo que pudiera llegar con verdad a pedir sólo eso: “que cumpla el deseo de tu corazón”, el de Jesús que vino a salvarnos.

F. Brändle

Él es mi esperanza

“Descansa sólo en Dios, alma mía, porque Él es mi esperanza” (Sal 61). Con este verso del salmo me quedé en oración. Al repetirlo una y otra vez, fui descubriendo el verdadero descanso no en la confianza que yo ponía en Dios, sino la que Dios me iba dando. Iba más allá de las circunstancias, que tantas veces nos confunden, haciéndonos sentir seguros porque todo nos parece que va bien y podemos estar tranquilos. La confianza que Dios me daba era el amor que me ofrecía. Su presencia, hecha amor que me envolvía y, al mismo tiempo, me hacía sentir que ninguna otra cosa podría colmar mi vida, sino El.  Así entendí que la lógica estaba clara, podía descansar en Dios, si él era mi esperanza. Una esperanza abierta a su proyecto, a lo que Él espera de mí. Algo más allá de mis cálculos y previsiones, de mi limitada percepción del futuro. Su proyecto me sobrepasa, pero no por inadecuado para mí, sino porque me abre más allá de mis cálculos. Era esa esperanza de cielo, -que en el lenguaje de San Juan de la Cruz-, tanto alcanza cuanto espera. Era esa esperanza que me asocia a toda la creación abierta a la transformación total, a la nueva creación. El descanso en Dios, abierto a esta esperanza, es lo que le pedía con el salmista.

F. Brändle

Sujetas los párpados de mis ojos

“Sujetas los párpados de mis ojos, y la agitación no me deja hablar” (Sal 76). Con estas palabras del salmista es fácil comprender hasta dónde pueden llegar los acontecimientos que nos envuelven. Se alejan de nuestra comprensión y nuestra capacidad de abordarlos, y se convierten en esa pesadilla, que en boca del salmista: “sujeta los párpados de mis ojos”, sin dejarme dormir. Es el momento de ahondar la oración de súplica, no tanto para quedar tranquilo pensando que todo se va a arreglar conforme yo puedo entender, sino que he de poner mi atención no en lo que puede estar sucediendo, sino en el amor de Dios que me da confianza. Seguiré sin comprender, no puedo hablar, verbalizar, lo que siento y vivo, pero, desde la confianza en Dios, busco sinceramente al Señor. El salmo 76 no quiere ser un somnífero que me aleje de la vida, sino una puerta abierta a afrontarla desde la cercanía de Dios, que está conmigo, porque sabe que lo que está sucediéndome es incomprensible, que no me deja dormir, y que difícilmente puedo explicarme y dar a entender. Espero así el paso de Dios por mi vida, por la historia, de ese modo incomprensible que parece no dejar huellas, pero que me permite atravesar el mar de aguas caudalosas.

F. Brändle

Salmo 76

Recuerdo del pasado glorioso de Israel

Alzo mi voz a Dios gritando, 
alzo mi voz a Dios para que me oiga. 

En mi angustia te busco, Señor mío; 
de noche extiendo las manos sin descanso, 
y mi alma rehúsa el consuelo. 
Cuando me acuerdo de Dios, gimo, 
y meditando me siento desfallecer. 

Sujetas los párpados de mis ojos, 
y la agitación no me deja hablar. 
Repaso los días antiguos, 
recuerdo los años remotos; 
de noche lo pienso en mis adentros, 
y meditándolo me pregunto: 

«¿Es que el Señor nos rechaza para siempre 
y ya no volverá a favorecernos? 
¿Se ha agotado ya su misericordia, 
se ha terminado para siempre su promesa? 
¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad, 
o la cólera cierra sus entrañas?» 

Y me digo: «¡Qué pena la mía! 
¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!» 
Recuerdo las proezas del Señor; 
sí, recuerdo tus antiguos portentos, 
medito todas tus obras 
y considero tus hazañas. 

Dios mío, tus caminos son santos: 
¿Qué dios es grande como nuestro Dios? 

Tú, oh Dios, haciendo maravillas, 
mostraste tu poder a los pueblos; 
con tu brazo rescataste a tu pueblo, 
a los hijos de Jacob y de José. 

Te vió el mar, oh Dios, 
te vio el mar y tembló, 
las olas se estremecieron. 

Las nubes descargaban sus aguas, 
retumbaban los nubarrones, 
tus saetas zigzagueaban. 

Rodaba el estruendo de tu trueno, 
los relámpagos deslumbraban el orbe, 
la tierra retembló estremecida. 

Tú te abriste camino por las aguas, 
un vado por las aguas caudalosas, 
y no quedaba rastro de tus huellas: 

Mientras guiabas a tu pueblo, 
como a un rebaño, 
por la mano de Moisés y de Aarón.