
“Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra Ti” (Sal 40). El versículo de este salmo me era familiar, es una de las fórmulas litúrgicas para la petición de perdón, al comienzo de la celebración de la misa, u otras celebraciones. No obstante, quise hacerlo más vivo en mi oración. Se fue despertando mi conciencia a un sentimiento de culpa, que no nacía de mi examen de conciencia, sino de mi conciencia de ser pecador. Me pude con ello hacer más consciente de que sólo de esa manera podría acercarme a Jesús, que ha venido a llamar a los pecadores. Me fui sintiendo muy cerrado en mí mismo, y necesitado de salir, de librarme de ese yo, que me impide confiar plenamente en Dios misericordioso que se acerca a mí para salvarme. Sentí que ahí estaba mi pecado y reconocerlo era vivir la verdad de que soy pecador. Ahora podía decir con verdad: “sáname”, ven a salvarme, porque ahora sí que puedo confiar en ti plenamente. La súplica que tantas veces había oído y concienciado en un contexto tan marcada por la llamada reconocer pecados, me había hecho olvidar que había que ahondar más y llegar a esa conciencia de pecador que al leer el salmo y repetir este versículo en una oración silenciosa se me hizo tan viva. Es verdad que esa realidad de ser pecador me puede llevar a fallos morales, pero es mucho más verdad que sólo desde la gracia puedo llegar a reconocer que soy pecador, y necesito ser salvado.
F. Brändle