antes de sufrir yo andaba extraviado


Estamos en Cuaresma. Se nos invita a vivir con más intensidad la limosna, la oración, el ayuno, en definitiva vivir unas prácticas cuaresmales que nos ayuden a convertirnos, y a ello nos alienta  la Iglesia en este tiempo litúrgico. Pero no podemos contentarnos sólo con esto. La conversión plena, la que nos ayuda a la comunión con Dios y con los hermanos sin traba alguna por parte de mi yo, la que hace de cada uno un hombre resucitado, la que me permite vivir en plenitud el misterio pascual me llega por una transformación que ya no está en mis manos. Así me lo hizo comprender este versículo del salmo 118: “antes de sufrir yo andaba extraviado, pero ahora me ajusto a tu promesa” (Sal 118, 57).  En la vida tiene que tener su lugar el sufrimiento y lo hemos de vivir como ese medio único para acertar con lo que verdaderamente nos abre el camino a nuestra resurrección, que es lo mismo que nueva vida, o total transformación. No se trata de un camino para ganar méritos, puesto que lo podríamos ofrecer. Se trata de abrir nuestra vida a un nuevo lenguaje, el que nos habla de amor verdadero, no egoísta. En el desvalimiento del sufrimiento siento la necesidad de que me alienten, estén conmigo, gratuitamente, porque no puedo dar nada. Mi prójimo se hace tal porque le dejo acercarse. Y Dios se hace cercanía total. Comprendí entonces lo que era ajustarse a su promesa. Porque la promesa estaba orientada a la definitiva Alianza con el hombre, la del Espíritu. Sufrir no es lo mismo que pasar un mal rato. Sufrir es descubrir la vida en su dimensión necesitada, abierta al amor, que lo puede ser por mil causas: Físicas: el dolor o la enfermedad, morales:  mi limitación en tantas cosas que no alcanzo a hacer como quisiera, persecución o desamor por parte de los otros, psicológicas: desánimo, sentir el desamor en mi imaginación, espirituales: no descubrir con mis razones el amor de Dios, sentir que mis virtudes teologales se me hacen principios de purificación que me cuesta aceptar. Antes de experimentar todo esto, antes -de sufrir que me recordaba el salmo-, y vivirlo en ese camino cuaresmal de transformación, -ajustarme a la promesa de Dios-, es imposible que el hombre llegue a resucitar en la Pascua.

F. Brändle