todas mis sendas te son familiares

“Disciernes mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares” (Sal 138,3). Con este verso del salmo 138 me adentré en el silencio de nuestro tiempo dedicado a la oración. Un salmo tan bello, con muchos versos que pueden ser vividos como apoyo para la oración me vino a cautivar por este versículo que quise vivir desde el misterio de la Trinidad que vamos a celebrar. De nuevo no fueron consideraciones las que me lo pusieron de relieve, sino el recuerdo, mejor intuición, de que ese camino es Jesús, y al mismo tiempo ese descanso era la acción del Espíritu en mi vida.  El Padre me regalaba con la presencia del Hijo y del Espíritu, porque conoce bien las sendas por donde discurre la vida humana. La presencia de la Trinidad no era algo imaginable, era la verdad de mi vida, de la vida del hombre. El Padre me entregaba a su Hijo como camino, como experiencia de vida abierta a un horizonte nuevo y abierto que me liberaba de mi egoísmo y me llevaba a mi verdadera realidad, a ser en plenitud. Pero todo ello era desde la contemplación, el descanso tal y como lo entiende la Biblia.  Es decir todo ello era posible no por mi esfuerzo, sino por el Espíritu que me hacía ser otro Cristo.  En la Trinidad está la vida y así lo celebramos en nuestro Bautismo, hecho en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La experiencia de ello es el culmen de la vida humana tal y como nos lo recuerdan los grandes místicos de la tradición cristiana. Conocemos la Trinidad amándola con aquel amor que nos hace entrar en su misterio. Ser cristianos es descubrir este gran misterio que se da a todos los hombres.

F. Brändle

Fuerza del Espíritu

“Es tan caro el rescate de la vida, que nunca les bastará” [aludiendo a sus riquezas] (sal 48), les dice el salmista a los ricos. Cuando estas palabras las introduje en mi oración dejaron de parecerme una advertencia y pasaron a ser una hermosa consideración de lo que es la vida cuando queremos sacarla a flote. Me parecía sentir que desde Dios todos los aspectos de mi vida se llenaban de sentido: comer, dormir, hacer una vida sana llena de ese gozo que da vivirla desde nuestra condición encarnada, unidos a la naturaleza, al bienestar que da la salud, y la fortaleza que da para vencer la enfermedad, era algo lleno de valor que sólo desde Dios podría alcanzarlo. Desde Él también todos mis sentimientos se equilibraban, los podía vivir, fueran de gozo, o dolor, en un equilibrio tan hondo que enriquecía mi vivir sobremanera. Pero sobre todo entendía lo que significaba dar paso al Espíritu en la vida. Sí, la vida espiritual no es un añadido, una vida que se vive cuando nos separamos de este mundo, al contrario, era toda mi vida enriquecida desde Dios, pero además vivida por la fuerza del Espíritu, que llena la tierra. Comprendí que una vida así vivida es lo único que tiene sentido, y no se alcanza con esfuerzos humanos. Es tan caro, -es decir, tan de apreciar y querer-, esta vida plena, colmada, que no se puede comprar con ninguna moneda que se precie en este mundo. Es el don gratuito que en nuestro vivir se alcanza al recibir el Espíritu Santo, don universal, esperanza de toda criatura que se abra a recibirlo. Sea este nuestro deseo ante la celebración de un nuevo Pentecostés.

F. Brändle

Abridme las puertas del triunfo

Resurrección de Cristo, Noel Coypel – 1700 Museo de Bellas Artes Rouen

¡Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor! (Sal 117,19). Son las palabras de este salmo, -plenamente ligado a la resurrección, porque canta el día en que actúo el Señor de modo maravilloso-, que me ayudaron a vivir la oración. Normalmente había entendido que quien entraba victorioso era Cristo y con el texto podríamos venir a evocar también su ascensión a los cielos, pero al repetir esas palabras en mi oración vine a caer en la cuenta que Jesús había dicho que él era la puerta por la que habría que entrar, lógicamente porque estaba abierta. Mi súplica fue abriéndose a esa nueva intuición, le pedía a Cristo que fuera para mí puerta abierta. Su ascensión le hacía claramente puerta de un nuevo modo de ver las cosas, ese modo celestial, divino, desde Dios. Lo que le pedía era entrar por él en el cielo que él había traído a la tierra. No se trataba de evadirme de la vida, sino de vivirla con esa nueva dimensión divina. La traducción era sencilla, la forma de vivir después de haber entrado por esta puerta es la de la gratuidad. Entraré para dar gracias al Señor. No es fácil caer en la cuenta de esta forma de vivir. Lo más natural es poner fines e intereses a nuestras obras, aún las más entregadas pueden teñirse de esa autosatisfacción. Lo que pedía en el salmo era desprenderme de ese modo de ver la vida, para vivirla en total entrega y gratuidad. Celebrar la ascensión es dejar una manera de vivir centrada en mí, para dejarme llevar por Cristo a ese modo nuevo, en gratuidad y amor, que trajo su ascensión a los cielos.

F. Brändle

Alzaré la copa de la salvación

Cristo y el santo Cáliz, Juan de Juanes, s.XVII

“Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre” (Sal 115). No dudé en identificar la copa de la salvación, con la copa que Cristo levantó recordando en la última cena que era la copa de su sangre. Sabía que con ello al tiempo que celebraba su vida entregada por nosotros, se anunciaba el banquete del Reino en el que compartiríamos la copa de la salvación, que es la vida de Dios en nosotros. Pero lo que llenó mi momento de oración de la presencia amorosa de Dios fue descubrir que esto se hacía invocando su nombre. En su nombre recordamos siempre que fuimos bautizados, y lo éramos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Evocar la Eucaristía con el recuerdo hecho vida del nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu me hizo despertar a una conciencia más viva de lo entrañablemente unidas que están las personas divinas y que no podemos evocar los misterios de la fe cristiana sin recordarlo. Alzar la copa de la salvación, evocar la vida de Jesús entregada por nosotros, ha de hacerse dentro del misterio trinitario, si en él fuimos sumergidos al ser bautizados, en esa misma vida nos mantenemos al participar de la mesa eucarística. Sentía hasta qué punto vivir la Eucaristía en toda su plenitud es hacer presente en mi vida la vida trinitaria. Confesar que creo en el Dios de Nuestro Señor Jesucristo es hacer posible una vida teologal vivida en el misterio de Dios-Trinidad, pero al mismo tiempo era encarnar en mi pobreza la vida de Dios. Mi condición hacía posible que Dios se encarnara en mi vida, con todas sus limitaciones, que Él iría transformando. Podemos alzar la copa de la salvación al tiempo que invocamos su nombre.

F. Brändle

la paz contigo

Picasso, 1950′

“Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: la paz contigo” (Sal 121,8). Era el versículo del salmo que quería llevar a la oración. Pensaba que con él podría pedir por mis hermanos de comunidad, por el buen entendimiento entre todos y con ello encontraría el silencio y el recogimiento que esperaba para mi oración. Una vez más me sorprendió al comenzar el silencio, que nada de esto se me hacía vivo, me veía abierto a otra forma de darle paso en mi vida. Con el sólo repetir del versículo entendí que la paz, el saludo mesiánico, el que anuncia la presencia de Dios en la vida del hombre, era el que dirigía a la nueva humanidad, Jerusalén celeste que todos esperamos; y lo hacía, justamente porque vivía en una pequeña comunidad, signo u símbolo de la futura. No se trata de achicar el horizonte de la paz que buscamos y deseamos. Cierto que la cultivamos y vivimos en medio de las personas que nos rodean: familia, comunidad, compañeros de trabajo, pero la hemos de vivir siempre con la esperanza de que es algo que tiene dimensiones mucho más grandes, que ha de alcanzar a todos los hombres, que se superarán las divisiones pequeñas, si tenemos un horizonte más grande donde proyectar nuestros deseos de paz. Sí, claro está, sin utopías o sueños quiméricos, si tal paz era mi deseo en la futura Jerusalén, lo era porque trataba ya de vivirla entre mis hermanos y compañeros: “por mis hermanos y compañeros”.

F. Brändle