celebrar el nombre del Señor


Virgen del Carmen, Sebastián de Herrera, c. 1650, plumilla, Museo del Prado

“Allá suben las tribus… a celebrar el nombre del Señor” (Sal 121). Celebramos la festividad de Santa María del Monte Carmelo, la Virgen del Carmen. Uno de los salmos que rezamos en Vísperas fue el 121, y de él he entresacado estos versos, que llenaron mi oración. El monte, en que se asienta la nueva Jerusalén, sin duda, es el Monte Sión. Pero en la tradición de la Iglesia hemos encontrado otros montes donde vivir y celebrar el nombre del Señor. Uno de ellos es el Monte Carmelo. Identifiqué en mi oración este lugar al que suben las tribus con el Monte Carmelo, al encuentro del Señor. Allí María, bajo esta hermosa advocación, es la Madre espiritual que engendra hijos que se unen para celebrar el nombre del Señor. Su origen habría que remontarlo a Elías que en este monte mostró la gloria del Dios vivo, consumador del sacrificio que ofrecía, con el fuego bajado del cielo. De allí surgieron aquellos ermitaños que en tiempos de las cruzadas decidieron vivir en obsequio de Jesucristo en este Monte Carmelo, junto a una capilla dedicada a la Virgen María. Ella inspiradora y alentadora de esta vida de escucha de la Palabra, fue su Madre y Hermana. Obligados a huir a Occidente, fueron el origen de la familia del Carmelo. De aquí la devoción a Santa María del Monte Carmelo, se fue extendiendo. Ahora son numerosas las gentes que la invocan. Son las numerosas tribus que cada año celebran su fiesta, y lo hacen subiendo a este Monte. Invocar a Santa María del Monte Carmelo es dejarse cubrir por su escapulario, y con ello, sentir la llamada a dejarse alcanzar por Dios contemplado y amado. Cercano en los peligros, pero al mismo tiempo Palabra que me llama a una profunda relación con Él. Al repetir estas palabras del Salmo pude unirme en mi oración a cuantos en el día de Santa María del Monte Carmelo la celebraban. Ya fuera entre las gentes del mar, o entre tantos devotos que se acercaron a ella para agradecer su protección maternal.

F. Brändle