Dichosos los que encuentran en Ti su fuerza

“Dichosos los que encuentran en Ti su fuerza” (Sal 83,6). El salmo está lleno de pensamientos esperanzadores, que alientan al creyente a vivir confiado en la presencia del Señor. Sin embargo, lo que me llamó la atención para hacerlo oración callada, fueron las palabras de este versículo. Reconocer en Dios la fuerza habría de ser por lógica el reconocimiento de mi debilidad. Pero justamente esto es lo que desde mi oración pude constatar que no hago. La confianza en el Señor descubrí que no la vivía plenamente desde la oscuridad de la fe, sino desde la lógica de que pese a sentirme débil, luchaba por poder salir de mi dificultad. Poco a poco entendí que esa era la razón de no vivir la bienaventuranza proclamada por el salmista de modo pleno. Comencé a caer en la cuenta de que tantos miedos, imaginaciones, falta de ánimo, provenían de que no había llegado a poner plenamente mi confianza en el Señor, desde una fe oscura y viva. Dejé de pensar tanto en lo que me costaría hacer esto o aquello por Dios, y si tendría valor para hacerlo, y sentí vivamente que la dicha me vendría si saliendo de mi ponía la confianza en el Señor con el que todo lo podría. Sintiendo muy fuertemente que esto no era cuestión de sentirlo o no sentirlo, sino dar paso a una vida de fe, en la oscuridad de la noche. Me fui identificando con la dicha que proclama el salmista, sin duda, más adelante proclamada por Jesús en sus bienaventuranzas.

F. Brändle

Misericordia, Señor

“Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios” (Sal 122,3). Cuando leía estas palabras del salmo en la recitación de Vísperas, me parecían dirigirse a Dios para pedirle que como víctima se acordara de mí. Las escogí para vivir mi oración silenciosa y poco a poco se me fue abriendo paso otro modo de vivirlas. Suplicaba que el Señor me concediera su misericordia, me la regalara, la necesitaba para vivir en un mundo donde nos encontramos saciados de desprecios. No se trataba de hacerme la víctima, sino de descubrir el camino para unidos a Dios salvar el mundo. Una salvación que no podemos descubrir haciéndonos las víctimas y siendo por ello salvadores, sino haciéndonos portadores de la misericordia de Dios que verdaderamente salva al mundo, transformándolo y llevándolo a la unión con Él. Descubrir el mundo desde esta perspectiva es acercarme a los graves males de la humanidad, con esperanza, aguardando que la misericordia de Dios se manifieste en un camino de transformación de la humanidad. Pero también es descubrir en mi pequeño mundo que esos males de los que puedo sentirme víctima los tengo que vivir desde la misericordia de Dios que yo puedo encarnar transformando las situaciones en esperanza, porque como en su día pudo vivir San Juan de la Cruz, donde no hay amor hay que poner amor, misericordia, para llegar a vivir el verdadero amor.

F. Brändle

ven con el arca de tu poder

Cristo con el cáliz, Juan de Juanes, 1510 1579

“Levántate, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder” (Sal 131,8) . Con este verso del salmo 131 me dispuse a vivir la oración que cada jueves nuestra comunidad hace ante el Santísimo expuesto. Eran unas palabras que me vinieron al azar, sin haberlas escogido expresamente para vivir una experiencia de oración ante el Santísimo. Me vi, sin embargo, en breve envuelto en un modo de recitar estos versos totalmente apropiado para vivir el momento. Invitaba al Señor a venir en medio de nosotros que como comunidad estábamos orando, y hacerlo de modo singular, con el arca de su poder. Ese arca de alianza y amor que nos mostró en Jesús, y que ahora presente de modo sacramental podía contemplar. No había podido sospechar al comenzar la oración, que tan claro se me haría esta nueva forma de poder atribuida al arca de la presencia divina. Era el amor que se manifestaba en el sacramento el poder con el que el Señor que venía a su mansión cumplía unos deseos nacidos del verso del salmo. Con ello mi horizonte se abrió a la humanidad y a la creación, el Dios al que invitaba a hacerse presente con el arca de su poder, me invitaba también a descubrir su presencia de un modo más universal: en la humanidad y en toda la creación. F. Brändle

Has amado la justicia y odiado la impiedad

Coronación de Espinas, Gustave Doré, 1874

“Has amado la justicia y odiado la impiedad” (Sal 44,8). Este salmo mesiánico siempre me resulto lleno de esperanza, sobre todo por parte del autor inspirado, que seguro lo vivía, pero alguna de sus expresiones no me cuajaba para aplicarlas a Jesús, nuestro Rey Mesías, y una de ellas era este versículo, ¿cómo entender ese odio aplicado a los sentimientos de Jesús?. Por eso era renuente para tomarlo como “versículo” para ayudarme a vivir la oración. Cuál fue mi sorpresa que muy pronto vine a descubrir algo que me llenó de esperanza.  En esta ocasión lo tomé. Cierto que Jesús amó la justicia, ¿cómo no? Si es lo que el traía al mundo, la justicia, la salvación, desde el mensaje del Reino y la revelación de Dios-Padre. Pero lo que más me sorprendió y ayudó fue caer en la cuenta, que odiar la impiedad no se traducía en odio a los que no obran el bien, y además están llenos de maldad. Ni tampoco se reducía a la postura “bonachona” de que yo les perdonaré. Vine a entender, sin entender, que todos caemos dentro de esa frase, porque vivimos justificados al aceptar con postura creyente, con esa que nos asemeja a Él, el misterio de Dios que Él nos revela. Y eso es para todos, aún para los más perversos del mundo. Pero también entendía, desde un verso de San Juan de la Cruz, lo que significaba: odiado la impiedad, el verso era: matando muerte en vida la has trocado. Odiar no era otra cosa que matar dar muerte a la muerte, y muerte era el pecado, el pecado que en mí provocaba la autosuficiencia. De ahí que ya no me sentí confundido con este verso sálmico, al contrario, se llenó de esperanza mi corazón, confiando en que en mí y en todos, y si queréis, no sólo por educación, sino por esperanza, primero en todos y luego en mí la salvación se llevaría a término, al tiempo que se acabaría la impiedad, porque matando muerte, pecado, todo sería gracia y vida.

F. Brändle