como rocío, antes de la aurora

“Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados, yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora” (Sal 109, 2-3). Siempre me impresionaron estos versos por su belleza. Cuando los traigo a mi oración me descubren ese origen y principio que tan maravillosamente cantó San Juan de la Cruz, recordando el prólogo del evangelio de San Juan, en su romance sobre “la Encarnación”. El nacimiento, el comienzo de todo está en ese proyecto único que en el misterio de Dios se concibe. Allí en la fuente más pura, del agua más limpia, que encierra el rocío, en el principio de la vida, se abre el misterio de Dios en Cristo. Los resplandores sagrados, la luz que emana de lo que se concibe en Dios como origen de todo está encerrada en el amor inmenso del Padre, entregando a su Hijo engendrado antes de la aurora, principio de una creación, que tendrá como cumbre la humanidad que asumida en Cristo, se descubre como príncipe desde que nació en Dios. Así es como se me desvela en la noticia amorosa que encierran estos versos la verdad de lo que es la creación y la humanidad. El origen de todo en Dios-Amor, que en su vida se descubre como esplendores sagrados, engendrándolo todo antes de ser conocido como aurora que se despierta para abrir el día de la creación y la historia.

F.Brändle

borra en mí toda culpa

La inocencia, Bouguerau s.XIX

“Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa” (Sal 50,14). Con este versículo la oración vino a traerme una consideración en la cual no me habría detenido con su simple lectura. Es fácil al leer sin más este versículo pensar que es una petición muy propia del que se siente abrumado por su pecado, pedir que Dios no lo vea, y que borre en nosotros toda culpa. Pero al dejar que sus palabras me fueran alcanzando, y después de tener muy presente a San Pablo y su consideración sobre este pecado de muerte, sentí que habría de leer mi pecado como buscar mi propia justificación en mis obras buenas, y que la verdadera petición era que Dios me aceptara como soy, apartando de mi esa tendencia a justificarme ante él y ante los demás, sin aceptar mi pobreza. Con lo que al fin lo que pedía era que no me viera como  me gustaría verme, -que de eso apartara su vista-. sino como el verdaderamente me ve, y que así me dejara alcanzar su salvación, borrando El en mi todo lo que me separa de Él.  Acepté ser visto por Él en mi verdad, y no en mi pecado. No que apartara de mí su vista, sino que apartara su vista de mi yo encerrado, autojustificado. Que la pusiera en lo que El quiere de mí, y no en lo que yo quiero ser. Dejarme transformar por Él que borra mi culpa y me da su gracia.

F. Brändle

Señor, te la sabes toda

Manos de Jesús, Albrecht Dürer, 1506 Tinta sobre papel. Catálogo de Museos Alemanes

“No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 138,4).  El salmo 138 es una bella reflexión sobre el conocimiento que de cada uno tiene Dios, y la medida desbordante en que se muestra, nos conoce en lo más hondo, desde antes de nacer, en fin, eran muchas las motivaciones para tomar alguno de sus pensamientos para mi oración, pero lo que me sorprendió fueron  estas palabras del versículo cuarto que he recordado, y quise abrirme a su misterio tomándolas para que resonaran en el silencio orante. Dentro de lo que el salmo va describiendo pareciera que me habría tenido que ceñir a sorprenderme de que Dios no necesita que yo le exprese mis deseos, pues ya los conoce antes de formularlos, pero no fue por ahí por donde me vino la luz. Algo me llevada a sospechar que esa palabra no era mi palabra, sino la suya, que aún yo no había llegado a formular. El proyecto que llegará a hacer de mí la persona auténtica en plenitud dentro de una creación y una historia en la que vivo aún no se había expresado y ya Dios lo conocía. Me regalaba la existencia para llevarla a término. Me vi llamado a descubrir para hacer lenguaje, para expresar con mi vida esa encarnación de la Palabra en mí. Recordaba a Santa Isabel de la Trinidad, su elevación a la Santísima Trinidad y el grito admirado al Espíritu para “que se haga en mi como una encarnación del Verbo”. Esa era la Palabra que Dios conocía antes de que yo con mi vida la hiciera lengua, pero que al mismo tiempo me llevaba a preguntarme como verdadero examen de conciencia si buscaba vivir haciendo realidad el proyecto de Dios para mi vida.

F. Brändle

la alegría de tu salvación

“Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso” (Sal 50,14). Como cada viernes esta mañana recitábamos el salmo 50, las palabras de este versículo, resonaron a lo largo de mi oración silenciosa. La alegría de la salvación vino a evocar en mí, algo que iba más allá de unos momentos de gozo, ante una situación de decaimiento, que no era mi caso. Entendí que esa alegría no podría identificarla con la que se siente al ver resueltas de modo favorable las miles de necesidades pasajeras que nos rodean.  Necesitaba empaparme de esa salvación que nos devuelve como nota de su presencia la alegría. Necesitaba sentirme salvado, recreado en el amor de Dios, para vivir una vida en la que el amor de Dios se afianzara en mí. Que la generosidad en la que pudiera vivir naciera de esa presencia salvadora de Dios hecha verdadera alegría, porque con ella encontraba todo el sentido de mi vida. Con este versículo del salmo me abrí a un perdón y una misericordia de Dios que no me cerraban en mí sintiéndome perdonado, y con ello alegre, sino que me hacían capaz de recobrar el sentido de mi vida en la salvación por la que mi vida era entregada y hecha espíritu generoso para los demás, lo cual era devolverme la alegría, recrearme para gozar de la verdadera alegría.

F. Brändle

Levanta del polvo al desvalido

Cristo levantando la madre de Pedro, Rembrandt,1650 plumilla.
Colección Frick, Nueva York

“Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre” (Sal 112,7). El Señor al que todos los pueblos alaban se identifica con aquel que levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre. Con este pensamiento me adentré en la oración. Se me fue desvelando el misterio que encierran estos versos como el modo y la forma más adecuada de experimentar a Dios. Sentirle tan cercano como para levantarte, y al mismo tiempo tan a tu lado que nada le importa el polvo o la basura en la que puedas encontrarte. Lo que importa es dejarte alzar por él, levantar. El salmo prosigue, “para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo” (v.8). La imagen de hacer al que yace en el polvo, o en la basura, príncipe me hacía sentir que no se trataba de un mero gesto de benevolencia para sacarte de una situación deplorable, sino de llevarte a aquella condición en la que sentirte elegido, llamado a vivir una vida totalmente distinta, en unas nuevas condiciones. La experiencia que brotaba de estos versos era la que me llevaba a descubrir a Dios tan cercano, que pudiera descubrirle a mi lado, pero al mismo tiempo tan deseoso de darme algo totalmente nuevo, que desbordase todas mis expectativas. El sentarme entre príncipes venía a descubrirme una nueva forma de vida que tendría que acoger desde mi pobreza.

F. Brandle