
“No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 138,4). El salmo 138 es una bella reflexión sobre el conocimiento que de cada uno tiene Dios, y la medida desbordante en que se muestra, nos conoce en lo más hondo, desde antes de nacer, en fin, eran muchas las motivaciones para tomar alguno de sus pensamientos para mi oración, pero lo que me sorprendió fueron estas palabras del versículo cuarto que he recordado, y quise abrirme a su misterio tomándolas para que resonaran en el silencio orante. Dentro de lo que el salmo va describiendo pareciera que me habría tenido que ceñir a sorprenderme de que Dios no necesita que yo le exprese mis deseos, pues ya los conoce antes de formularlos, pero no fue por ahí por donde me vino la luz. Algo me llevada a sospechar que esa palabra no era mi palabra, sino la suya, que aún yo no había llegado a formular. El proyecto que llegará a hacer de mí la persona auténtica en plenitud dentro de una creación y una historia en la que vivo aún no se había expresado y ya Dios lo conocía. Me regalaba la existencia para llevarla a término. Me vi llamado a descubrir para hacer lenguaje, para expresar con mi vida esa encarnación de la Palabra en mí. Recordaba a Santa Isabel de la Trinidad, su elevación a la Santísima Trinidad y el grito admirado al Espíritu para “que se haga en mi como una encarnación del Verbo”. Esa era la Palabra que Dios conocía antes de que yo con mi vida la hiciera lengua, pero que al mismo tiempo me llevaba a preguntarme como verdadero examen de conciencia si buscaba vivir haciendo realidad el proyecto de Dios para mi vida.
F. Brändle