
“Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados, yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora” (Sal 109, 2-3). Siempre me impresionaron estos versos por su belleza. Cuando los traigo a mi oración me descubren ese origen y principio que tan maravillosamente cantó San Juan de la Cruz, recordando el prólogo del evangelio de San Juan, en su romance sobre “la Encarnación”. El nacimiento, el comienzo de todo está en ese proyecto único que en el misterio de Dios se concibe. Allí en la fuente más pura, del agua más limpia, que encierra el rocío, en el principio de la vida, se abre el misterio de Dios en Cristo. Los resplandores sagrados, la luz que emana de lo que se concibe en Dios como origen de todo está encerrada en el amor inmenso del Padre, entregando a su Hijo engendrado antes de la aurora, principio de una creación, que tendrá como cumbre la humanidad que asumida en Cristo, se descubre como príncipe desde que nació en Dios. Así es como se me desvela en la noticia amorosa que encierran estos versos la verdad de lo que es la creación y la humanidad. El origen de todo en Dios-Amor, que en su vida se descubre como esplendores sagrados, engendrándolo todo antes de ser conocido como aurora que se despierta para abrir el día de la creación y la historia.
F.Brändle