beberá del torrente

“En su camino beberá del torrente; por eso, levantará la cabeza” (Sal 109,7). Al iniciar un nuevo año, nuestra vida parece recobrar esperanzas de aquello que nos creemos llenará nuestros deseos y, sin embargo, lo más realista parece que es pensar que nuestro camino seguirá como siempre y lo importante es recorrerlo con ilusión. Al recitar este salmo, y descubrir este último verso, que quise llevar a mi oración, descubrí que ese camino de la vida nos es dado recorrerlo envueltos en un torrente de amor que era la presencia de Dios. Me preguntaba, o mejor quería imaginarme como se puede beber de un torrente que te inunda, y no ahogarte. Mi pregunta me llevó a descubrir que no era beber a sorbos, poco a poco, lo que podría hacer, sino dejarme inundar, y sólo un torrente de amor podría llenarme de vida, sin ahogarme a pesar de verme inundado. La vida se me fue descubriendo como ese camino que se puede recorrer sin hundirnos, con la cabeza levantada porque nos sentimos inundados de amor, bebiendo de él sin medida. Necesitamos beber del torrente, necesitamos iniciar nuestro año con esa gran convicción, podremos caminar por la vida que se nos abre envueltos en el torrente de amor que Dios nos regala.

F.Brändle

Quién como el Señor Dios nuestro

En la Nochebuena, ante el misterio inefable de la Navidad os comparto estas palabras nacidas de un momento de encuentro con el Señor: “¿Quién como el Señor Dios nuestro…?” (Sal 112,5). La pregunta no me llevó a buscar comparaciones. En el silencio de la oración y abierto al misterio de la presencia amorosa de Dios, sólo descubría la incomparable dimensión de nuestro Dios. No es más grande que…, es la inmensidad, que se eleva sobre todo, como me lo recordaba el salmo.  Y al mismo tiempo no es menos que… es la infinita pequeñez del que se abaja. Y envuelto en este misterio de grandeza y pequeñez vine a descubrir que es aquí donde se hace posible el misterio de la Encarnación y la celebración de la Navidad como Misterio. Sí, esa es la manera de acercarnos a Dios, no haciéndole comparable a nada en su grandeza o su pequeñez, sino dejándonos inundar por ello. Es el modo de adentrarnos en la Navidad, con esa visión del místico San Juan de la Cruz, que ha cantado el llanto del hombre en Dios, en un abajarse incomparable, sin olvidar cuánto el Padre valía, y poder ser abrazados en su amor, que su Hijo nos trae, porque en su abajamiento hace posible el “reclinarnos en su brazo, abrasarnos en su amor y así  legar a decirle al Padre:  “con eterno deleite tu bondad sublimaría”, haciendo posible al hombre saborear una grandeza sin límites.

F. Brändle

El Señor ha estado grande con nosotros

“El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (Sal 125,3). Me sentí abrumado al repetir estas palabras en mi oración. ¿Dónde descubrir la grandeza de las obras del Señor? Y me sorprendía considerando que siempre las había juzgado desde mi manera de calcular, que ve la grandeza de modo tan confundido, porque la ve en  lo que es vanidad y vacío. Pone la mirada en lo que asombra a los sentidos, haciendo falsa la medida con la que medirla. Se me hizo presente la grandeza del Señor en la pequeñez de las obras del que todo lo hace movido por él. Entendí el “magnificat”: El Señor ha hecho obras grandes en mí. Sí, ella no sintió nada fuera de lo común en su concepción virginal, la vivió desde la vida teologal en la que estaba asentada. Y también por ella hizo obras grandes, las que nacieron de su maternidad espiritual, nunca calculable en medidas humanas, sino en la humildad en la que ella vivió. Este es el camino de la verdadera alegría, en la que el ángel saluda a María. Sólo así se puede descubrir la grandeza de las obras de Dios en nosotros, son las obras que hacemos desde nuestra vida teologal sin más miras que el hacer la voluntad de Dios, y sólo así se puede vivir la alegría del evangelio.

F. Brändle

la verdad y la justicia

“Cabalga victorioso por la verdad y la justicia” (Sal 44,5). No me resultan extraños los versos de este salmo, pero en esta ocasión, este verso, que ya conocía, me abrió camino en mi oración silenciosa para descubrirme profundidades más allá de la mera consideración sensible. Si como género estábamos ante un salmo mesiánico, como lector cristiano me descubría la hondura de la vida humana que se manifiesta en Jesús. Su vida me invitaba a liberarme, como el que cabalga, de tantos modos atados de caminar por la vida. No me detuve en analizar estas ataduras, -estaba tratando de vivir una atención amorosa- sino en lo que supone la invitación a verme libre de ellas, con el símbolo tan bello del cabalgar victorioso. A ello sentí que estamos llamados a una auténtica liberación de prejuicios, apegos, fijaciones… porque nuestra vida en Cristo así lo conlleva. Descubierta esta invitación, era claro que la liberación me llevaría a una vida en la verdad, en la autenticidad de lo que soy, en un ámbito de salvación que me ofrece la justicia divina. Mi oración se fue abriendo a la verdad de este versículo del salmo tal como se me ofrecía vivirlo. Jesús el que cabalga victorioso por la verdad y la justicia me invitaba a seguirlo por este camino.

F. Brändle

invocando el nombre del Señor

“Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando el nombre del Señor” (Sal 115,17). Al repetir el versículo, me sentía realmente pobre. Sólo invocando su nombre me atreví a ofrecerle ese sacrificio de alabanza. Invocaba una y otra vez su nombre, porque sólo su presencia misericordiosa me hacía posible sentirme inundado de su amor. Con esa conciencia que se iba haciendo en mi a medida que transcurría la oración, entendí que mi vida podía ser un sacrificio de alabanza. Un hacer sagrado mi vivir convertido en alabanza de la gloria de Dios, como rezaría Santa Isabel de la Trinidad. Desde la pobreza en la que me sentía envuelto, comprendí también la riqueza a la que estaba llamado al hacerme sacrificio de alabanza. Con el salmista me atreví finalmente a decir: “te ofreceré un sacrifico de alabanza”.

F. Brändle.