invocando el nombre del Señor


“Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando el nombre del Señor” (Sal 115,17). Al repetir el versículo, me sentía realmente pobre. Sólo invocando su nombre me atreví a ofrecerle ese sacrificio de alabanza. Invocaba una y otra vez su nombre, porque sólo su presencia misericordiosa me hacía posible sentirme inundado de su amor. Con esa conciencia que se iba haciendo en mi a medida que transcurría la oración, entendí que mi vida podía ser un sacrificio de alabanza. Un hacer sagrado mi vivir convertido en alabanza de la gloria de Dios, como rezaría Santa Isabel de la Trinidad. Desde la pobreza en la que me sentía envuelto, comprendí también la riqueza a la que estaba llamado al hacerme sacrificio de alabanza. Con el salmista me atreví finalmente a decir: “te ofreceré un sacrifico de alabanza”.

F. Brändle.