
“Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas” (Sal 115,5). Me impresionó la doble dimensión que presenta el salmo, la esclavitud y la libertad. El sentirse siervo y el sentirse libre. Me abrí a esta doble experiencia, y fui descubriendo que la esclavitud que podía vivir frente a Dios era liberadora. De quien hacer depender mi vida, sino de Dios, fuente amor liberador. Al mismo tiempo entendía que Dios me quitaba mis propias cadenas a las que yo me ataba, y que sólo Dios podía romper. Ahora entendía bien que había que llegar a esa dependencia tan fuerte de Dios que nada fuera de Él me pudiera sostener. Sí, mi naturaleza humana no se entiende sino desde Dios, por eso era hijo de su esclava. Pero al mismo tiempo nadie me libraba de mí condición cerrada, atada, sino era el mismo Dios. Al ir orando me fui sumergiendo en este doble sentimiento. Desee vivir en esa esclavitud liberadora, y en esa libertad alcanzada por gracia.
F. Brändle