Señor, yo soy tu siervo

“Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas” (Sal 115,5). Me impresionó la doble dimensión que presenta el salmo, la esclavitud y la libertad. El sentirse siervo y el sentirse libre. Me abrí a esta doble experiencia, y fui descubriendo que la esclavitud que podía vivir frente a Dios era liberadora. De quien hacer depender mi vida, sino de Dios, fuente amor liberador. Al mismo tiempo entendía que Dios me quitaba mis propias cadenas a las que yo me ataba, y que sólo Dios podía romper. Ahora entendía bien que había que llegar a esa dependencia tan fuerte de Dios que nada fuera de Él me pudiera sostener. Sí, mi naturaleza humana no se entiende sino desde Dios, por eso era hijo de su esclava. Pero al mismo tiempo nadie me libraba de mí condición cerrada, atada, sino era el mismo Dios. Al ir orando me fui sumergiendo en este doble sentimiento. Desee vivir en esa esclavitud liberadora, y en esa libertad alcanzada por gracia.

F. Brändle

El que honra a los que temen al Señor

“El que honra a los que temen al Señor” (Sal 14,4). Tomé como ayuda para mi oración estas palabras de un salmo bien conocido para descubrir las condiciones del que se acercaba al templo. Mi oración, abierta a la presencia del Señor, quiso abrirse a la verdad escondida en este verso. No lo hice con intención de convencerme de ello, sino abierto a lo que se me pudiera ir descubriendo. Poco a poco me invadió la convicción de que no se trataba de honrar a los buenos que todo el mundo reconoce, y que por lo general ya están canonizados, por sentido común se hace sin dificultad. Caí así en la cuenta de que los temerosos de Dios que han de ser honrados para poder acercarse al templo, y en definitiva al Dios que se revela, son todos sus hijos, que en un lenguaje veterotestamentario serían los que temen al Señor, desde la humanidad en Cristo son todos los hombres, con lo cual se trataba de honrar a cada persona humana, descubriéndola desde su ser en Dios, su condición de hijo de Dios. Me vi muy limitado, no me sentía tan capaz de amar a todos los hombres, honrándolos. Me parecía que era más fácil amarlos desde mi autosuficiencia que siempre conlleva el juicio, y por tanto no siempre honrándolos. En mi oración de pobre se abría camino el comprender que era tarea de toda la vida, haciendo de todo hombre objeto de mi honra y admiración, condición para poder acercarme con verdad a Dios.

F. Brändle

Señor apiádate de mí

Cristo curando los enfermos, Rembrandt 1649, el Grabado de Cien Florines, Rijksmuseum, Amsterdam

“Padece un mal sin remedio, se acostó para no levantarse…” “Señor apiádate de mí, haz que pueda levantarme” (Sal 40,9.11). Aunque el salmista la coloca en la boca de los enemigos, al evocar estos versos en la oración me parece que no sólo podían aplicarse a los enemigos de fuera, sino a la propia condición en la que nos vemos inmersos, que a veces nos parece sin salida. La purificación que tales situaciones conllevan nos hace descubrir al Dios que puede levantarnos, no desde su fuerza y poder sino desde su cercanía. Se me fue abriendo el horizonte para ver en él la misericordia entrañable del Padre de nuestro Señor Jesucristo. Con este descubrimiento entendía mejor que las palabras tan aplastantes del verso primero encontraban salida en la piedad de Dios que puede levantarnos. Aunque no dejaba de sentir que no era desde fuera, solucionando el problema, sino desde mi interior renovado por la prueba. Repetir la primera frase ya no me resultaba deprimente, sino esperanzadora, porque en medio de la situación se hacía paso la luz de una experiencia de Dios cercano y alentador.

F. Brändle

Devuélveme la alegría de tu salvación

“Devuélveme la alegría de tu salvación” (Sal 50,14). Mi oración la comencé viviendo bajo la impresión de que lo que le pedía al Señor ya me lo había dado y nunca me lo había quitado. Me preguntaba ¿es que Dios nos quita y da la salvación a capricho? Así vine a caer en la cuenta que de tal impresión es falsa. Dios nos dio y nos dará siempre su salvación. Soy yo quien no siempre se vivir de ella. Vine finalmente a tomar conciencia de que desde siempre nos ha predestinado en Cristo a vivir esta salvación y gozar con ella. Con la petición que me ofrecía el salmo mi oración se fue abriendo a mostrar mi deseo de encontrarme con Cristo con mayor hondura. A esta meta me llevo este verso del salmo, me tendría que llenar más hondamente de Cristo para vivir la alegría de la salvación. Era yo quien no siempre lo había vivido y por eso pedía que me fuera devuelto, pero nunca se separó de mí.

F.Brándle