El que honra a los que temen al Señor


“El que honra a los que temen al Señor” (Sal 14,4). Tomé como ayuda para mi oración estas palabras de un salmo bien conocido para descubrir las condiciones del que se acercaba al templo. Mi oración, abierta a la presencia del Señor, quiso abrirse a la verdad escondida en este verso. No lo hice con intención de convencerme de ello, sino abierto a lo que se me pudiera ir descubriendo. Poco a poco me invadió la convicción de que no se trataba de honrar a los buenos que todo el mundo reconoce, y que por lo general ya están canonizados, por sentido común se hace sin dificultad. Caí así en la cuenta de que los temerosos de Dios que han de ser honrados para poder acercarse al templo, y en definitiva al Dios que se revela, son todos sus hijos, que en un lenguaje veterotestamentario serían los que temen al Señor, desde la humanidad en Cristo son todos los hombres, con lo cual se trataba de honrar a cada persona humana, descubriéndola desde su ser en Dios, su condición de hijo de Dios. Me vi muy limitado, no me sentía tan capaz de amar a todos los hombres, honrándolos. Me parecía que era más fácil amarlos desde mi autosuficiencia que siempre conlleva el juicio, y por tanto no siempre honrándolos. En mi oración de pobre se abría camino el comprender que era tarea de toda la vida, haciendo de todo hombre objeto de mi honra y admiración, condición para poder acercarme con verdad a Dios.

F. Brändle

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