
“Al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas” (Sal 125,6). Cuando comencé mi oración y decidí tomar este versículo para adentrarme en el silencio, pensé que era algo tan obvio que ninguna novedad podría aportarme para vivir una presencia de Dios que me llenara de su amor, que al fin es lo que busco en los momentos de oración. Lo obvio se me fue poco a poco haciendo más profundo, y descubriéndome la verdad de la vida y del Reino de Dios. La parábola del sembrador cobró matices que nunca había pensado. El hecho de que el salmo hable de que llevando la semilla se va llorando, me hizo pensar que lo es porque no deja de haber semilla que no cae en tierra fecunda, el enemigo la arranca del corazón, las riquezas ahogan su fruto, es el dolor en el que se desenvuelve la vida, pero que tiene una meta distinta, pues al fin la semilla caerá en buena tierra y dará su fruto, y un fruto tal que si en el salmo se cuenta en gavillas, con las que vuelve cantando, en el mensaje de Jesús es una cosecha maravillosa. Sí, estamos llamados, a descubrir la meta de nuestra vida como un gozar de una gran cosecha. No vivimos en balde, no vivimos para fracasar, sino para volver cantando. Agradecí a Dios el don de la vida, la que se tornará en gozo y alegría, porque eso es el Reino de Dios, que Jesús vino a proclamar y a descubrirnos.
F. Brändle