“De noche extiendo las manos sin descanso” (Sal 76,3). Cuando repetía este versículo en la oración dejé de nuevo que sus palabras no se tradujeran en algo literal y lógico, sino en descubrir ese sentido espiritual que todo texto de la Escritura encierra, más allá de que pueda reflejar una situación muy concreta del salmista. Llegué así a descubrir a Jesús que en la noche oraba. Su oración el “Padrenuestro” vuelto al Padre, y ahora sí, imaginé, -pero intuyendo desde el deseo de acercarme a su conciencia más honda-, que de pie, o echado en el suelo, levantaría los brazos, para extender las manos, y quedaría envuelto en el amor insondable del Padre descubierto y vivido a través de las estrellas. ¡Qué experiencia tan honda!, rezar el Padrenuestro arropado por las estrellas que a su vez marcarían la presencia de Dios en el cielo y la humanidad envuelta en ese manto. El texto del salmo se llenaba de luz hecho realidad en Jesús orando, que enseñaría después a orar a sus discípulos. Me llenaba de luz pasar de una oración nacida de situaciones angustiosas, a una oración, que más allá de que así es la historia, puede hacerse abiertos a la grandeza de Dios descubierto en la noche.
F. Brändle