¿Por qué habré de temer los días aciagos?

La Trinidad, El Greco, 1577-1579

“¿Por qué habré de temer los días aciagos?” (Sal 48,6). Me dejé conducir por este verso para vivir mi momento de oración. No me dediqué a hacer consideraciones para darme confianza, dejé que la pregunta se hiciera más honda. Me fui acercando a lo que me parecía era fruto de la cercanía de Dios que habían sentido tantos llamados: “No temas”. En su caso era para una misión concreta, para la que no habían de temer, en el verso lo que se ponía de relieve eran los días aciagos. Fui descubriendo que esos días no eran los que desde mi punto de vista eran aciagos, aunque a mi me lo pareciera, sino los que mi confianza habría de trascender las seguridades en las que siempre me apoyaba cuando en los momentos difíciles acudía a Dios: tener la conciencia tranquila, juzgar que quienes me hacían difícil la vida se movían por pasiones bajas, y otros caminos que me aseguraban el favor y la cercanía de Dios. Ahora comprendía que lo que se me pedía era confiar por lo que Dios mismo era. Por su inefable misterio que celebraría el día de la Trinidad. Si Dios es esa inagotable vida de amor y vive en mí, que podría motivar mis miedos, por muy aciagos que fueran los días.

F- Brändle