Que se alegren los huesos quebrantados

Foto: Sebastiao Salgado, Mina de oro, Sierra Pelada, Brasil, 1986

“Que se alegren los huesos quebrantados” (Sal 50,10). Al leer el salmo 50 en la oración de Laudes decidí quedarme este versículo para repetirlo en mi oración silenciosa. Me fui haciendo consciente de que era un versículo muy sencillo. No me preocupé de hacer de él objeto de unas consideraciones, sino simplemente repetirlo, y fui cayendo en la cuenta de que esos huesos quebrantados son mis seguridades. Esa falsa autoestima que se apoya en lo alcanzado, o en lo que los demás puedan pensar de mí, y en la que he apoyado mi vivir, como mi cuerpo se apoya en los huesos del esqueleto. Cuando esos huesos se rompen, puede venir la verdadera alegría de la confianza en Dios. Era una súplica que con el salmista elevaba a Dios, en medio de una oración, que para identificarse más con ser una señal de esos huesos quebrantados vino a ser en esta ocasión una oración, pobre, aburrida, en la que el tiempo no corría. En medio de ella comprendí que también ha de ser así en ocasiones, para que se alegran los huesos quebrantados- De una oración que se apoya en mi fervor, mi atención, y venga a convertirse en una oración de unión gozosa, en la que el gozo  nace de saber que se trata de una alegría surgida de una atención amorosa, en sequedad y vacío.

F. Brändle

A quien busca al Señor nada le falta

Nada te turbe, nada te espante todo se pasa,
Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza,
quien a Dios tiene nada le falta sólo Dios basta.

“A quien busca al Señor nada le falta” (Sal 33,11). Me quedé con este verso para mi oración. Todo el salmo estaba lleno de expresiones que invitaban a la confianza desde el temor del Señor, desde el amor. Me quedé con la búsqueda. Sentía que buscar al Señor era ir descubriendo su presencia en los acontecimientos de mi vida, en los proyectos que se me ofrecían, en las ansias de encontrarlo. En el silencio de la oración, dejando atrás mis cálculos y consideraciones, -ruidos, al fin, que no me dejaban sentir lo que significa no carecer de nada-, se me hizo claro que para llegar a esa experiencia debería dejar de querer comprobar lo que tengo o no tengo, y afianzarme en la seguridad de que nada necesitaría, más allá de  esa presencia providente de Dios que se haría manifiesta de modo no calculado dándome lo que necesito. Abrazar ese vacío, sentir la seguridad de que todo lo tendría, sería el termómetro por el que descubriría si mi búsqueda de Dios era sincera. No era una seguridad loca y a la ventura, sino una seguridad nacida de la certeza de que el Dios que buscaba era Providente. Acoger su reino hecho salvación para el mundo era lo que me permitía saber buscarlo con la confianza de que nada me faltaría.

F. Brändle

Vuélvete, Señor

“Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos” (Sal 89,13). Con estas palabras del salmo, viví la oración de la mañana, en la situación que nos envuelve. Desde el pasado jueves tuvimos que dejar nuestro monasterio, amenazado por el fuego. La acogida con la que nos recibieron en “La Alberca”, el pueblo al que pertenecemos, nos hizo descubrir la hondura de una verdadera disponibilidad para hacer superar las dificultades a los que se ven envueltos en ellas. Sin embargo, esta mañana se me hicieron vivas estas palabras, no como queja, pues ciertamente el Señor había mostrado bien lo cerca que estaba de nosotros por la multitud de atenciones recibidas, sino como súplica esperanzada para descubrir la compasión que tiene con nosotros. El monasterio no ha sufrido los daños del fuego, han sido mucho los esfuerzos puestos en ello para que no le alcanzase, y lo que hubiera sido una gran desgracia, ha sido sólo una amenaza. Sin duda, que lo hubiéramos vuelto a reconstruir, con pena y dolor, pero también, al menos en mi caso, con impaciencia porque hubiera querido que se hiciera pronto. Bien a las claras podríamos notar su compasión, pues ya se han ofrecido muchos a ayudarnos en lo que necesitemos. Sin embargo, lo que más luz me dio, fue descubrir que Dios en la Naturaleza, es mucho más paciente y creador. El tiempo hará que lo quemado vuelva a ser un bosque frondoso, pero es necesario ese tiempo esperanzado que nos cuesta vivir. Por eso recé con insistencia, ten compasión de tus siervos, haznos comprender la grandeza de una espera en el tiempo que supere la desgracia, que nos muestre lo mucho que hay que purificar, -y no pensar en que se ha destruido-, en nuestras vidas con el fuego de tu amor, que el tiempo hará florecer transformándolo en una nueva vida.

F. Brändle

males por bienes

“Son muchos los que me aborrecen sin razón, los que me pagan males por bienes, los que me atacan cuando procuro el bien” (Sal 37,20). El lamento que encierra todo el salmo lo condensé en este verso. Al quererlo traducir a mi experiencia me resultaba difícil buscar esos enemigos, aunque si uno se lo propone los encuentra. No veía sentido en ello. Cuando estaba por abandonar su consideración, me vino a la memoria, y recordé con interés la cautela que da San Juan de la Cruz, para vivir en el convento, que es extrapolable a vivir en la historia siempre en una comunidad humana. Los otros no son los que me aborrecen sin razón, sino los que me labran como oficiales para hacer de mi la obra maravillosa que Dios quiere que sea. Cierto que al labrarme, si no lo se vivir ni interpretar, me parecerá que me odian, que actúan contra mí, que no me devuelven lo que me parecen bienes…, pero en el fondo es el modo de vivir superando me falso modo de labrarme desde mi sola percepción. Sus modos distintos, por muy ajenos y contrarios a mí que me parezcan, no dejarán de ser el instrumento válido para labrarme. Con ello se me hizo esperanza de transformación y cambió para llegar a forjar el proyecto de Dios en todo este mundo enfrentado del que somos testigos. Se trata de ir descubriendo en la historia esa obra de Dios en la que los hombres, aunque lleven a la Cruz al Hijo de Dios, de Él aprenderán que ahí se revela todo el misterio de Dios que es amor que vence al odio. Que es resurrección y vida más allá de la muerte.

F. Brändle

tengo siempre presente mi pecado

“Pero yo reconozco culpa, tengo siempre presente mi pecado” (Sal 50,5). Como cada viernes en la mañana, en el rezo de Laudes nos encontramos con el salmo 50. Apoyado en este verso, pero con el trasfondo de todo el salmo me adentré en los momentos de oración silenciosa. Aunque es un salmo lleno de belleza, conocido, muy usado en la liturgia, me parecía más propio para un momento de meditación que para entrar en esa oración silenciosa, en la que cesa la meditación. Me sorprendí sintiendo que con estos versos se ponía de relieve lo que como experiencia más honda era mi vivir cara a Dios. No era sentirme indigno, separado de él, alejado. Su presencia se me hacía más viva desde mi pobreza, desde ese reconocimiento de la culpa, que no acompleja, que no desespera, sino que te hace capaz de descubrir la misericordia que te libera de tu mundo egoísta. Comprendí que la verdad, como muy bien me dice santa Teresa, está ligada a esta verdadera humildad. El vivir abierto a Dios, es descubrir también la bajeza, el no poder. Sólo así se llega al Dios del amor y la misericordia.

F. Brändle