tengo siempre presente mi pecado

“Pero yo reconozco culpa, tengo siempre presente mi pecado” (Sal 50,5). Como cada viernes en la mañana, en el rezo de Laudes nos encontramos con el salmo 50. Apoyado en este verso, pero con el trasfondo de todo el salmo me adentré en los momentos de oración silenciosa. Aunque es un salmo lleno de belleza, conocido, muy usado en la liturgia, me parecía más propio para un momento de meditación que para entrar en esa oración silenciosa, en la que cesa la meditación. Me sorprendí sintiendo que con estos versos se ponía de relieve lo que como experiencia más honda era mi vivir cara a Dios. No era sentirme indigno, separado de él, alejado. Su presencia se me hacía más viva desde mi pobreza, desde ese reconocimiento de la culpa, que no acompleja, que no desespera, sino que te hace capaz de descubrir la misericordia que te libera de tu mundo egoísta. Comprendí que la verdad, como muy bien me dice santa Teresa, está ligada a esta verdadera humildad. El vivir abierto a Dios, es descubrir también la bajeza, el no poder. Sólo así se llega al Dios del amor y la misericordia.

F. Brändle