
“Son muchos los que me aborrecen sin razón, los que me pagan males por bienes, los que me atacan cuando procuro el bien” (Sal 37,20). El lamento que encierra todo el salmo lo condensé en este verso. Al quererlo traducir a mi experiencia me resultaba difícil buscar esos enemigos, aunque si uno se lo propone los encuentra. No veía sentido en ello. Cuando estaba por abandonar su consideración, me vino a la memoria, y recordé con interés la cautela que da San Juan de la Cruz, para vivir en el convento, que es extrapolable a vivir en la historia siempre en una comunidad humana. Los otros no son los que me aborrecen sin razón, sino los que me labran como oficiales para hacer de mi la obra maravillosa que Dios quiere que sea. Cierto que al labrarme, si no lo se vivir ni interpretar, me parecerá que me odian, que actúan contra mí, que no me devuelven lo que me parecen bienes…, pero en el fondo es el modo de vivir superando me falso modo de labrarme desde mi sola percepción. Sus modos distintos, por muy ajenos y contrarios a mí que me parezcan, no dejarán de ser el instrumento válido para labrarme. Con ello se me hizo esperanza de transformación y cambió para llegar a forjar el proyecto de Dios en todo este mundo enfrentado del que somos testigos. Se trata de ir descubriendo en la historia esa obra de Dios en la que los hombres, aunque lleven a la Cruz al Hijo de Dios, de Él aprenderán que ahí se revela todo el misterio de Dios que es amor que vence al odio. Que es resurrección y vida más allá de la muerte.
F. Brändle