
“Que se alegren los huesos quebrantados” (Sal 50,10). Al leer el salmo 50 en la oración de Laudes decidí quedarme este versículo para repetirlo en mi oración silenciosa. Me fui haciendo consciente de que era un versículo muy sencillo. No me preocupé de hacer de él objeto de unas consideraciones, sino simplemente repetirlo, y fui cayendo en la cuenta de que esos huesos quebrantados son mis seguridades. Esa falsa autoestima que se apoya en lo alcanzado, o en lo que los demás puedan pensar de mí, y en la que he apoyado mi vivir, como mi cuerpo se apoya en los huesos del esqueleto. Cuando esos huesos se rompen, puede venir la verdadera alegría de la confianza en Dios. Era una súplica que con el salmista elevaba a Dios, en medio de una oración, que para identificarse más con ser una señal de esos huesos quebrantados vino a ser en esta ocasión una oración, pobre, aburrida, en la que el tiempo no corría. En medio de ella comprendí que también ha de ser así en ocasiones, para que se alegran los huesos quebrantados- De una oración que se apoya en mi fervor, mi atención, y venga a convertirse en una oración de unión gozosa, en la que el gozo nace de saber que se trata de una alegría surgida de una atención amorosa, en sequedad y vacío.
F. Brändle