Despertaré a la aurora

Joan Miró, Despertar de la Aurora, 1941

“Despertaré a la aurora” (Sal 56,9). Me llamaron la atención estas dos palabras del salmo. No porque destacasen nada especial del mismo: una oración de David perseguido, sino porque intuí que a lo largo de la oración repetir estas dos palabras despertaría en mí una conciencia más honda de la presencia amorosa de Dios que nos envuelve, que es lo que procuro en cada momento de oración. No tardé mucho en abrirme a una conciencia de la aurora, más allá de la que me anuncia del día. La aurora se me volvía la clave para acercarme al comienzo de algo grande. Siempre en la vida me ha gustado más el atardecer que la alborada, porque en el atardecer los colores, la realidad, se hace más diáfana y nítida, en la mañana la bruma envuelve las cosas. En este caso no se trataba de considerar las cosas en la mañana, sino de descubrir un principio, evocado con la palabra aurora, para el que quería despertar. Ello me hizo ir adentrándome en el gran misterio de Dios y abrirme a su verdad como aurora. Quería que mi conciencia de Dios partiera de ese principio: aurora, que no identifiqué con consideración alguna. Era el misterio del principio al que quería despertar. Me parecía que era algo hermoso vivirlo y descubrirlo. Sí, nos pueden hablar de las grandezas llevadas a cabo a lo largo del día, pero me parecía gracia singular estar despierto para ver su aurora. Y así envuelto en ese misterio de la aurora, entendida como salvación, la oración me abría a una experiencia de Dios amor nacida en esa aurora.

F. Brändle

qué es el hombre para que te fijes en él

Creación de Adán, Catedral de Monreale, Mosaico

“Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él? ¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos? (Sal 143,3). El versículo del salmo, me llamó la atención, porque lo encontré en el salmo 143, aunque en expresiones muy parecidas lo recordaba del salmo 8. No me detuve en recordar como despliega la respuesta el salmo. Tampoco quise traer a mi memoria el salmo 8. Me dejé adentrar en la oración con las interrogantes del salmo, sin más. Quise acercarme al corazón de Dios para encontrar la respuesta. Así quedé sorprendido de que en mi pobreza nunca llegaré a saber la respuesta si no me abro a lo que Dios quiera revelarme. Volví los ojos a la experiencia de San Juan de la Cruz para entender que acercarse al misterio de la Encarnación y recibir la gracia de que se nos abra todo su contenido es la mayor gracia que Dios puede hacernos, porque sólo así sabremos lo que es el hombre desde su raíz: el misterio mismo de Dios. El dejar resonar en nuestras vidas esta pregunta nos abre el camino para dejarnos alcanzar por la respuesta que nos ofrece Dios mismo en su revelación. La respuesta la iré recibiendo en el discurrir de mi vida, en los acontecimientos que me van abriendo a este misterio, pero siempre desde esa raíz en la que tengo que colocar la respuesta: Dios que me creó.

F. Brändle

Nuestra alma esta saciada

Alberto Durero, Cristo entre los doctores, Museo Thyssen Madrid

“Nuestra alma esta saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos” (Sal 122,4). Con este verso me adentré en la oración silenciosa, no con el propósito de romper el silencio trayendo situaciones de mi vida que me recordaran el sarcasmo, la burla de la que podría haber sido víctima. Al contrario, no me parecía tener nada que me molestase en este sentido, pero sin pretender nada, caí en la cuenta de que lo que verdaderamente en mi vida había sentido es la sensación de una soberbia que me volvía mi vida entregada de fe en algo ridículo. Era mi propia autosuficiencia la que se convertía en ese orgullo que me hacía experimentar mi vida como algo sin valor. Un contraste extraño, porque no era desde fuera desde donde sentía la burla y el desprecio, sino desde mi mismo sentir que -convertido en tentación-, me hacía minusvalorar la verdad de mi vida en fe. Ahora entendía mucho mejor lo necesaria que es la visión misericordiosa de Dios, para valorar lo que podemos ser. Nuestro propio juzgar se convierte en duro y sarcástico para nosotros mismos. Necesitamos ser sanados por Dios, para saber descubrir nuestro valor, no sentirnos saciados de sarcasmo y burlas, sino de esa mirada amorosa por la que nos descubrimos amados de Dios.

F. Brändle

Les diste a comer llanto

Lágrima de san Juan en la ¨Deposición de Cristo¨ , de Rogier van der Weyden, El Prado, Madrid (1399/1400?-1464)

“Les diste a comer llanto, a beber lágrimas a tragos” (Sal 79,6). No sé por qué este fue el versículo del salmo que guardé en mi memoria para el tiempo de la oración. Como suelo hacer no lo guardé en mi memoria para meditarlo. Simplemente trataría de repetirlo durante la oración silenciosa y sólo el Señor sabía a dónde me llevaría. No pasó mucho tiempo, se me fue abriendo el horizonte, no pensé en concreto en las pruebas del pueblo judío que podría recordar el salmista. Sólo entendí que es una gracia enorme del Señor venir a descubrir como alimento de la vida el llanto y el dolor de los hombres. Tampoco me quedé con alguna de las situaciones concretas por las que puede estar atravesando el mundo, tampoco me vino a la memoria la pequeña prueba que supuso el tener que abandonar el convento, ni el ver mucha parte de la vegetación quemada. Que nos ha tocado vivir en Batuecas. Era una noticia general, pero llena de sentido la de asociar a mi vida el dolor de la humanidad. El poder beber del llanto de los hombres. Descubrí que la oración y la comunión con Dios no es una evasión, sino la ocasión de vivir a fondo el dolor de todos los hombres, si el Señor te lo concede. Por supuesto que es una gracia, y por lo mismo no un sentimiento externo. Pero con ello repetí con humildad, que me unía a todos los hombres que comían llanto y bebían lágrimas, y ello no por voluntad de Dios, sino porque Dios estaba más que con nadie con ellos, y a mí a través de la oración me acercaba a ellos.

F. Brändle