Suba mi oración como incienso en tu presencia

“Suba mi oración como incienso en tu presencia” (Sal 140). Quise hacer mío el deseo del salmista, al repetir como canon este versículo. Las palabras al irlas saboreando y haciendo más personales fueron despertando en mi conciencia horizontes en los que no había caído en la cuenta, porque la imagen era muy sencilla, pero el modo de entender la presencia es lo que fui descubriendo que era algo mucho más, era la presencia amorosa, por la que mi oración al igual que sube el humo del incienso y se funde en el aire, hacía que mi vida se fuera uniendo a la vida de Dios. La oración era mi vida encendida en el amor de Dios que al subir, o ahondarse en Dios, se dejaba llenar del mismo Dios que es Amor, y así la unión con Dios a la que nos ha de llevar la oración, se hacía el centro de mi oración a través de esta petición: “suba mi oración como incienso en tu presencia”. Toda oración, la que en ese momento vivía: oración silenciosa, como la oración litúrgica entiendo que ha de estar impregnada de este deseo.

F. Brändle

¿Cuándo vendrás a mí?

Dios bendiciendo el séptimo día, William Blake, acuarela, 1805

“¿Cuándo vendrás a mí? (Sal 100,2). Recogí del salmo este verso con esta pregunta tan sencilla y directa. Quería vivir mi oración a la luz de lo que interrogarme por ello me trajera. Sentí fuerte que Dios tenía que venir a mi vida, que no era una idea que yo tuviera en mi mente, una cosa que yo alcanzara acercándome a ella. Dios tenía que venir a mí. Era necesaria esa espera. El tiempo de la espera debería estar lleno del gozo que me traería su llegada. No era tiempo perdido. Era la ocasión de disponerme a ello  dejando crecer mi deseo. La pregunta no era duda, era anhelo. Con ello poco a poco fui descubriendo que mis falsas esperas, cerradas a mis intereses, por los que me parecía que Dios venía a mí, tenían que dar paso a esta espera abierta y anhelante, que no buscaba fijar día y hora sino ampliar el arco de esa espera a lo que no se queda en lo ya conocido y deja a Dios acercarse en la inmensidad de su ser. La oración se llenó de esa espera en la que Dios es esperado por lo que Él es, que como en su día me enseñó San Juan de la Cruz, es mío y para mí.

F. Brändle

En mi interior me inculcas Sabiduría

En mi interior me inculcas Sabiduría” (Sal 50,8). Con este versículo he venido orando en este día. El salmo 50 se lee en la oración de la mañana. Es el primero que se reza, y siempre había tenido para mí, y creo que es el sentir de la liturgia, un sentido penitencial, de arrepentimiento, propio de este día. Pero me sorprendí al descubrir en el interior del salmo esta convicción: “en mi interior me inculcas Sabiduría”. El Dios que me conoce, que me perdona, porque reconoce mi corazón humilde y arrepentido, es el que no se queda en lo exterior, no está frente a mí como juez. Es el que desde dentro me inculca Sabiduría. Entendí que el corazón arrepentido, no es el que se queda encerrado en su culpa, para pedir constantemente perdón, sino el que descubre la grandeza de Dios. Vi claro que cuando se vive vació de sí y olvidado de su propia justificación, uno se siente liberado, capaz de descubrir desde su interior una Sabiduría que bien se sabe viene de Dios, y le lleva a obrar movido por su Espíritu y no por un arrepentimiento autosuficiente.

F.Brändle“

El Señor lo sostendrá

El Grabado de los 100 florines, Cristo curando a los enfermos, Rembrandt, 1648

“El Señor lo sostendrá en el lecho del dolor” (Sal 40,4). Me llamó la atención este versículo del salmo, que decidí acogerlo como ayuda para mi oración. No sé bien que es lo que me pudo mover a escogerlo entre los que el salmo, -tan sencillo-, del Dios que ayuda a los pobres, me podía ofrecer. En el discurrir de la oración, el repetir el versículo me fue despertando la conciencia a sentirme unido a toda la humanidad, sí, cierto a los muchos enfermos que pueden yacer en los hospitales, en sus hogares, pero lo que se me abrió a mi conciencia es la humanidad entera en ese lecho del dolor, y así descubrí en la noticia amorosa general y oscura, que Juan de la Cruz coloca como cumbre de la meditación y puerta de la contemplación, al Dios que sostiene a toda la humanidad que yace en el lecho del dolor. Era una visión llena de esperanza. Si Dios sostiene a la humanidad en el lecho del dolor, la humanidad sanará, la salvación se acercará a todos. Me sentí agraciado con esos sentimientos de solidaridad con todos los hombres, al tomar conciencia profunda de la salvación como gracia universal, nacida del deseo más profundo de todo enfermo de salir de su enfermedad para liberarse de ella. para tomar conciencia de lo que es ser libre plenamente, de lo que le impedía llegar a vivir la salud, la salvación.  ¿qué enfermo rechazaría la salud?

F. Brändle