Mi alma tiene sed

“Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal 41,3). Este verso del salmo con el que quise vivir mi oración, me recordó de inmediato lo que al llegar a este lugar hace unos cinco años, junto con otros cuatro que iniciamos este camino del desierto “carmelitano” de Batuecas nos parecía era el objetivo de este lugar: “Buscar la “fuente” de la que brota la vida verdadera, la que supera el vivir sensible, exteriorizado al que nos vemos sometidos en nuestra sociedad, y así descubrir la unidad que nos hace sentir en comunión con el Misterio divino, con todos los seres humanos y con toda la creación”. Eso me parecía era tener sed del Dios vivo. La fuente es el signo más elocuente de la vida que brota y se entrega, y en ella se puede saciar con verdad la sed. Así la fuente era el símbolo más propio para el Dios vivo, del que como gracia sentimos tener sed. Era así el modo de vivir una verdadera vida contemplativa, que viene asociada a la noticia amorosa, escondida, general que brota de la sed que me lleva a la fuente escondida, la fuente eterna.

F. Brändle