Mi sacrificio es un espíritu quebrantado

Cristo, Varón de dolores, Sandro Botticelli, Florencia, 1510

“Mi sacrificio es un espíritu quebrantado” (Sal 50,17). Llegue a la oración con este versículo. Lo escogí porque sentía que no siempre uno vive el gozo de una entrega que le ilusiona. Que lo que ofrecía a Dios no era mi vida llena de entrega, sino mi vida en su limitación y pobreza. Me unía a tantos que viven deprimidos, faltos de ilusión, sabiendo que así me unía como dice San Pablo, a lo que falta a los sufrimientos de Cristo (Col 1,26). También así podía vivir una verdadera relación con Dios. El misterio de la Trinidad me envolvía igualmente, reconociendo en mi vida que el amor es la meta, y que lo que hacemos es pasajero. No descarté que envueltas en ese amor las obras cobran todo su sentido, y que tener proyectos en los que plasmar la vida es un camino de realización humana, pero reconocí en mi oración que también estos momentos en los que como dice el verso, el espíritu está quebrantado, se hacen medio de comunicación viva con Dios. Entrega verdadera a Dios.

F. Brändle

Te gusta un corazón sincero

“Te gusta un corazón sincero…” (Sal 50,8). Elegí este versículo del salmo 50 para mi oración. Quería así descubrir lo que a Dios le gusta del hombre, haciéndolo oración viva, contemplativa, con ello pretendía no darle vueltas para saberlo, sino dejar que Él mismo me lo fuera descubriendo. Así poco a poco se me fue haciendo luz, sobre algo que aparentemente no necesitaba mucho tiempo ni trabajo para entenderse, aunque me parecía que esa comprensión rápida y ligera no llegaba a desvelarme lo más profundo de su sentido. En efecto, para empezar, se me hizo claro que el corazón, que es lo que Dios ve, no son las apariencias, es decir lo que yo hago y programo, aún tratando de agradarle en todo, pues habrá cosas que se me escapan. Por tanto, ese corazón sincero, es el corazón humilde y verdadero, que se siente agraciado con el don de ser creatura de tan gran Dios. Mis sentimientos fueron haciéndome ver que todo hombre, aunque yo no lo vea, tiene un corazón desde el que vivir, que cuando no ha descubierto su origen, se desliga de Dios, y obra aquello que no responde al proyecto de Dios; pero que siempre estará llamado a ser lo que Dios ha proyectado para él. Por eso mi juicio del otro tiene que tener en cuenta que tiene un corazón sincero, verdadero que yo no puedo ver, pero que tengo que saber reconocer porque Dios lo creó así. Al tiempo que debo saber que aunque mi obrar tenga sus deficiencias, que todos los santos han reconocido, mi convicción ha de llevarme a buscar vivir desde ese corazón sincero, desde la verdad de lo que soy.

F. Brändle

Que te sostenga

“Que te sostenga el nombre del Dios de Jacob” (Sal 19,2). Fácil es imaginar que para un cristiano el deseo expresado en el verso del salmo se ha de traducir en: “Que te sostenga el nombre del Dios de Jesús”.  Con esa convicción comencé mi oración. Me fui abriendo a un sentimiento hondo de ser sostenido por Dios, el Dios que se revelaba en Jesús. La oración me llevó a no imaginar nada, sino dejarme invadir de esa conciencia: Estoy sostenido por el Dios que Jesús ha venido a revelarnos. Comenzaron a invadirme sentimientos de seguridad, de paz, que nunca habría alcanzado con mis razonamientos. Di gracias a Dios por ello, y pensé que quien me lo deseaba era toda la iglesia unida a Cristo. Que es el gran reto de la iglesia, poner la humanidad entera, todos y cada uno de los hombres, mis hermanos, en la palma de Dios para que él nos sostenga. Esa seguridad ha de colmar la esperanza de quienes vivimos en un mundo ajeno a sentimientos cristianos: que un día se llegará a conocer por todos, el amor de Dios manifestado en Jesús.

F. Brändle

Postrémonos ante el estrado de sus pies

Santo Domingo en Oración, El Greco, 1600 UNICEF

“Postrémonos ante el estrado de sus pies” (Sal 131,7). La invitación que me hacía el versículo a postrarme, me introdujo en una vivencia que siempre he querido hacer mía. Orar postrado era un signo de identificación con mi verdad. He surgido de la tierra. Ahora se hacía más viva la invitación, porque me invitaba el salmista a postrarme ante el estrado de sus pies, la misma tierra. Es algo que trato de vivir cada día. En mí la tierra se hace amor consciente, desde el amor entregado en la creación. Si no parto de ahí, de mi honda postración, no puedo elevar mi corazón a Dios con verdad. Daba gracias mientras oraba por saborear más y más esta verdad. De muchos santos se recuerda este orar postrados, recuerdo sobre todo a Santo Domingo. La liturgia también nos ha ofrecido este gesto, al postrarse el que se consagra a Dios, mientras se ora por él. Al orar con este versículo me sentí más que nunca invitado a saborear el gesto de postrarme ante el Señor, como signo de ser la conciencia de una creación nacida del amor de Dios y que al irme levantando se hacia consciente de ese amor.

F. Brändle