“Postrémonos ante el estrado de sus pies” (Sal 131,7). La invitación que me hacía el versículo a postrarme, me introdujo en una vivencia que siempre he querido hacer mía. Orar postrado era un signo de identificación con mi verdad. He surgido de la tierra. Ahora se hacía más viva la invitación, porque me invitaba el salmista a postrarme ante el estrado de sus pies, la misma tierra. Es algo que trato de vivir cada día. En mí la tierra se hace amor consciente, desde el amor entregado en la creación. Si no parto de ahí, de mi honda postración, no puedo elevar mi corazón a Dios con verdad. Daba gracias mientras oraba por saborear más y más esta verdad. De muchos santos se recuerda este orar postrados, recuerdo sobre todo a Santo Domingo. La liturgia también nos ha ofrecido este gesto, al postrarse el que se consagra a Dios, mientras se ora por él. Al orar con este versículo me sentí más que nunca invitado a saborear el gesto de postrarme ante el Señor, como signo de ser la conciencia de una creación nacida del amor de Dios y que al irme levantando se hacia consciente de ese amor.
F. Brändle